Encontrar puntos en común es más que un reto en estos tiempos tan polarizados. Escuchar y debatir se ha vuelto casi imposible. Sin embargo, hay algo que indudablemente compartimos como peruanos y que se agudiza en estas fechas. Hablo de la frustración de añorar un país mejor, de querer sumar desde donde nos toca y no conseguirlo.
Escribir en contextos como el de “Fiestas Patrias” –atención a las comillas–, no solo por la sensibilidad de la fecha –para quienes lo sentimos así–, nos da la posibilidad de acercarnos al otro desde la escucha con la plena disposición de retroalimentarnos y tener perspectivas distintas.
Sin embargo, surgen dos interrogantes: ¿A qué fiesta asistimos? ¿Qué celebra nuestra patria, a la que se le ha fallado sistemáticamente? ¿Y cuánto nos frustra? Claramente, los motivos de celebración son escasos, pero no para nuestras autoridades, que sin reparo alguno aprovecharán la oportunidad para ensayar discursos con realidades ajenas a la que vivimos diariamente.
Así que, como corresponde, estas líneas serán una vitrina para la catarsis, para lo que nos frustra y sentimos, y para las historias que conozco de cerca y a las que me toca contar a diario. Mejor dicho, para nuestra inconmensurable resiliencia frente a la tóxica ‘peruanización’.
Perdón por la irreverencia con el término, pero nuestra identidad está siendo pisoteada por la informalidad, por la corrupción en un nivel grosero y por la angurria insaciable de poder. Hemos perdido la capacidad de indignarnos frente a este desfalco de oportunidades. Hace años que hemos normalizado vivir en un país inseguro, sin educación ni salud de calidad, sin infraestructura ni promoción de la inversión. Detrás de esto hay incluso pérdidas humanas, pero a nuestros gobernantes la muerte no los paraliza, no les enseña ni les recuerda la responsabilidad de servir al país.
Hace años que, para sobrevivir, basta “viveza”, un buen padrino y lealtad al mismo. Las leyes se vuelven flexibles a los intereses personales y la meritocracia se afina cuando la institucionalidad falla a todo nivel, desde una federación de deporte hasta Palacio de Gobierno. Y, en ese camino, profesionales calificados con ganas de sumar se convencen de que “en el Perú no podrá ser”.
¿Hasta cuándo no podremos ser? Lo sufrimos todos. Emprendedores acechados por la delincuencia, usuarios del indigno Essalud, padres que no ven un futuro para sus hijos. Me quedo corta con los ejemplos. Todos, absolutamente todos los que seguimos apostando porque nuestro país nos ofrezca mejores condiciones.
“¡Desperuanicemos el Perú!”, me dijo categóricamente una amiga, y vaya que concuerdo. No veo otra salida a este caos que no sea deshacerse de las artimañas propias de un país bananero.
Merecemos más.