Ahora entendemos bien en todo el mundo la amenaza que el COVID-19 implica para la salud humana. Por el contrario, entendemos poco, y no reconocemos lo necesario, la enorme amenaza para la salud que representa el calentamiento global, con su amplia gama de continuos impactos sobre nuestro bienestar.
Y, sin embargo, el cambio climático está perjudicando ahora mismo a la salud humana. Durante la temporada de monzones del 2020 en Bangladés, por ejemplo, se inundó un tercio del país. Murieron cientos de personas y más de 1,3 millones de viviendas quedaron dañadas. El aumento del nivel del mar causado por el cambio climático hará que esos eventos sean más frecuentes en países bajos como Bangladés. También causará que más comunidades en todo el mundo corran el riesgo de inundaciones a escala semejante.
Las inundaciones graves no solo destruyen viviendas, también causan que los residuos cloacales sin tratamiento terminen en las calles y contaminen el agua potable, transmitiendo infecciones. Además, destruyen los cultivos y eso genera desnutrición. El aumento del nivel del mar lleva a que el agua potable sea más salada y eso eleva los niveles de tensión arterial, preeclampsia y nacimientos prematuros.
Esos distan de ser los únicos riesgos para la salud que crea el cambio climático; las temperaturas más elevadas producen más casos de golpes de calor y las sequías prolongadas, al igual que las inundaciones graves, reducen la productividad y la producción agrícolas.
Todavía no entendemos completamente las muchas formas en que el calentamiento global afectará nuestra salud, pero su influencia queda cada vez más clara con los cambios cada vez más dramáticos que sufre el medio ambiente.
El mundo necesita con urgencia una estrategia mundial para minimizar las enfermedades y muertes relacionadas con el clima en las próximas décadas. Como en el caso de la pandemia del COVID-19, el desarrollo de soluciones eficaces requiere que los gobiernos trabajen junto con los científicos. Cualquier enfoque eficaz tendrá un componente orientado a limitar el calentamiento futuro y otro, a la adaptación a un clima más cálido; pero debemos abocarnos a ambas cuestiones en formas que protejan –o incluso mejoren– la salud pública.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 26), actualmente en curso en Glasgow, es una oportunidad ideal para que los líderes del mundo demuestren que entienden que el calentamiento global es una crisis de salud, y están aprendiendo de los éxitos y los defectos de la respuesta a la pandemia. En menos de dos años, el COVID-19 causó millones de muertes y trastocó nuestras vidas. Presenciamos la cooperación entre científicos, gobiernos y empresas para desarrollar diagnósticos, terapias y vacunas, pero también vimos cómo los estrechos intereses nacionales y la desigualdad socioeconómica pueden limitar el acceso a opciones asequibles, prolongando la crisis.
Los líderes del mundo que se reúnen en la COP26 tienen una oportunidad perfecta para mostrar que entienden que el cambio climático no es solo un desafío ambiental urgente, sino también uno de los desafíos de salud más urgentes que hayamos enfrentado.
Los gobiernos no dan solos esta batalla, las organizaciones de la sociedad civil deben apoyar los esfuerzos en las próximas décadas para solucionar los desafíos de salud que provoque el cambio climático. Debemos crear un proceso mundial colaborativo que genere, valore y –lo más importante– use la evidencia científica para actuar sobre el cambio climático y mejorar la salud para todos. En Wellcome Trust tenemos el compromiso de financiar investigaciones que nos permitan entender mejor los efectos negativos del calentamiento global sobre la salud y ocuparnos de ellos. También abogaremos fuertemente para que la evidencia que produzca la investigación se incorpore como componente central en la creación de políticas.
Como en cualquier tratamiento de salud, prevenir es mejor que curar. No habrá una vacuna para inmunizar a la gente contra los efectos de las olas de calor, los incendios descontrolados, las sequías ni las inundaciones graves, por lo que reducir el aumento de la temperatura global es la mejor medida preventiva con la que contamos. Eso implica reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Afortunadamente, limitar las emisiones puede tener un impacto directo y positivo sobre la salud. Por ejemplo, la transición mundial de los combustibles fósiles a las energías renovables podría aumentar la expectativa de vida en el mundo en al menos un año. De manera similar, la amplia adopción de dietas ricas en vegetales y reducidas en carnes reducirá los gases de efecto invernadero y el riesgo de enfermedades cardíacas, cáncer y demencia.
Pero, aunque bajar las emisiones reducirá los daños futuros, no eliminará las amenazas a la salud que ya se derivan de décadas de calentamiento global. No tenemos otra opción que adaptarnos a vivir en un planeta más cálido.
En respuesta a la creciente amenaza de inundaciones, por ejemplo, muchas comunidades costeras –como las de Kenia, Estados Unidos y Vietnam– están plantando bosques de manglares. Los manglares pueden crecer en agua salada y ofrecen cierta defensa contra las inundaciones. También fomentan la biodiversidad y pueden permitir la actividad pesquera y la creación de jardines flotantes.
La tarea ahora es diseñar una serie de opciones creativas que la gente pueda usar en todo el mundo para decidir cómo protegerse mejor, ellos mismos y a sus comunidades. Tratar los síntomas inevitables de un planeta más cálido y ayudar a que las comunidades se adapten es responsabilidad de los gobiernos locales, pero también es necesario un cierto grado de coordinación y la generación de nuevo conocimiento internacional, que solo se puede lograr con una estrategia mundial para el clima y la salud.
No será fácil y el tiempo nos juega en contra, pero la ciencia está de nuestro lado.