La disfunción política de los primeros tres meses de gobierno fue, en buena cuenta, el resultado de un equívoco. O, si se quiere, de una mentira flagrante, difundida ampliamente por los cuadros de Perú Libre: que su organización fue responsable del triunfo de Pedro Castillo en las elecciones presidenciales. Anexo inmediato a esta “hipótesis falsa” –para usar un término de Vladimir Cerrón– es que Perú Libre constituye una organización política funcional con amplio apoyo popular en las regiones del país y representante legítimo de las “mayorías que han esperado durante muchos años llegar al poder” (Waldemar Cerrón). En el colmo del alarde, Guido Bellido, siendo presidente del Consejo de Ministros, felicitó en agosto pasado a los “millones de simpatizantes” del partido por “13 años de permanente lucha y Victoria popular”.
Sin embargo, la realidad no resiste este discurso. Ni Perú Libre es responsable de la victoria de Pedro Castillo, ni tiene millones de simpatizantes, ni 13 años de victorias. Si analizamos su trayectoria durante la última década, encontraremos una organización muy similar al resto de partidos o movimientos regionales: un vehículo personalista extremadamente dependiente de su líder fundador y con triunfos escasos –o, para ser más precisos, inexistentes– fuera de su región de origen. Incluso en Junín, Perú Libre ha tenido problemas para consolidar su presencia, y ha tenido que recurrir a independientes para ganar alcaldías provinciales. En las elecciones regionales y municipales del 2010 y del 2014 –en las que Vladimir Cerrón ganó la gobernación regional de Junín y, consecutivamente, perdió la reelección ante Ángel Unchupaico–, Perú Libre perdió todas las contiendas provinciales en el departamento. Solo obtuvo triunfos en este nivel de gobierno en las elecciones del 2018, luego de 10 años de ser fundado.
Para analizar su trayectoria, es importante tener en cuenta que Perú Libre ha tenido una doble existencia legal. Formalmente, competía como movimiento regional en Junín –así lo hizo entre el 2010 y el 2018– y como partido político en el resto del país, primero bajo el nombre Perú Libertario. En el 2016, Vladimir Cerrón anunció su candidatura presidencial para luego retirarla, denunciado una “abierta parcialización con las opciones derechistas del país” de los organismos electorales; una decisión que le permitió conservar la inscripción y postular, por primera vez, candidatos en las elecciones subnacionales fuera de Junín en el 2018. El resultado de esta elección no deja dudas sobre el soporte popular de la “vanguardia del pueblo”, como se han referido Cerrón y Bellido a Perú Libre en múltiples ocasiones: perdió en las siete regiones donde presentó candidatos a gobernador (con un promedio del 2% de votos) y en las 30 provincias en las que concursó.
En Junín, sin embargo, con Vladimir Cerrón como cabeza de lista, los resultados electorales fueron notablemente distintos. Cerrón ganó la gobernación y Perú Libre se hizo de cinco de los nueve municipios provinciales de la región. Fue el mejor desempeño de la agrupación en el nivel subnacional, pero estos triunfos difícilmente respondieron a la fuerza organizativa del movimiento o a la aplicación práctica de la “lucha de contrarios”, sino al puro pragmatismo político: la mayoría de sus candidatos eran políticos con trayectoria previa en otras agrupaciones. Es decir, políticos independientes, aliados momentáneamente con un exgobernador con posibilidad de triunfo; una de las estrategias electorales más difundidas a lo largo del país.
Difícilmente una agrupación de este tipo haya contribuido con el triunfo del ahora presidente. Perú Libre no tenía ni capital político que gastar ni una infraestructura previa que le permitiera sostener la campaña a nivel nacional. Pedro Castillo se hizo solo, realizando su campaña sobre redes magisteriales en el sur del país y Cajamarca y, posteriormente, con la proyección de su imagen como hombre del Perú rural. El partido que lo invitó como candidato para superar la valla electoral pasó del 2,1% en las elecciones congresales del 2020 al 13,4% quince meses después. Así, el poder llegó a Perú Libre como un azar de la historia y no como curso dialéctico. “La casualidad hizo su trabajo”, ha admitido Vladimir Cerrón de manera reciente.
Es enormemente paradójico que un partido que se define como marxista-leninista haya sido beneficiario –o, acaso, víctima– del azar. Si algo distingue a Perú Libre del resto de agrupaciones políticas del país no es su férrea organización partidaria ni mucho menos su amplio caudal electoral, sino su retórica: el arcaico discurso leninista del “centralismo democrático”; la idea de que una vanguardia es la real intérprete del pueblo y los designios de la historia. Un anacronismo ridículo, por supuesto, incompatible con la democracia representativa, preservado en el Perú del siglo XXI por un neurocirujano y sus acólitos, quienes gritaron “pueblo” sin tener los votos.