La mayoría de las historias de la pandemia de influenza de 1918, que mató al menos a 50 millones de personas en todo el mundo, dicen que terminó en el verano de 1919, cuando la tercera ola finalmente disminuyó.
Sin embargo, el virus siguió matando. Una variante que surgió en 1920 fue lo suficientemente letal como para contar como una cuarta ola. Esto ocurrió a pesar de que la población de EE. UU. tenía mucha inmunidad natural contra el virus de la influenza.
Casi todas las ciudades de los Estados Unidos impusieron restricciones durante la segunda ola de la pandemia, que alcanzó su punto máximo en el otoño de 1918. Ese invierno, algunas ciudades volvieron a imponer controles cuando golpeó una tercera ola, aunque menos mortal. Pero prácticamente ninguna ciudad respondió en 1920. La gente estaba cansada de la influenza, al igual que los funcionarios públicos. Los periódicos estaban llenos de noticias aterradoras sobre el virus, pero a nadie le importaba. La gente en ese momento ignoró esta cuarta ola; también lo hicieron los historiadores. El virus se transformó en influenza estacional ordinaria en 1921, pero el mundo había avanzado mucho antes. No debemos repetir ese error.
Cierto, en este momento tenemos todas las razones para el optimismo. Primero, los casos de ómicron están disminuyendo en partes de Estados Unidos. En segundo lugar, casi toda la población estadounidense pronto habrá sido infectada o vacunada. En tercer lugar, esta variante es menos virulenta. Es completamente posible y tal vez incluso probable que, estimulado por una mejor respuesta inmunológica, el virus continúe disminuyendo en letalidad.
Sin embargo, el exceso de confianza, la indiferencia o el cansancio es un peligro ahora. Como en 1920, la gente está cansada de tomar precauciones.
Esto es ceder el control al virus. Las variantes futuras, si tienen éxito, eludirán la protección inmunológica. Podrían volverse más peligrosas.
Ese fue el caso no solo en 1920, cuando ya estaban en las últimas etapas de la pandemia de 1918, sino también en las pandemias de influenza de 1957, 1968 y el 2009. En 1960 en los Estados Unidos, después de que gran parte de la población había logrado la protección contra la infección y una vacuna, una variante provocó que la mortalidad máxima excediera los niveles pandémicos en 1957 y 1958. En el brote de 1968, una variante en Europa causó más muertes el segundo año, a pesar de que se disponía de una vacuna y muchas personas se habían contagiado. En la pandemia del 2009, también surgieron variantes que provocaron infecciones de avance.
Tales precedentes deberían hacernos desconfiar. Las vacunas, el nuevo medicamento antiviral Paxlovid y otros podrían poner fin a la pandemia una vez que miles de millones de dosis estén ampliamente disponibles en todo el mundo y si el virus no desarrolla resistencia. Pero el final no va a llegar pronto. El futuro inmediato aún depende del virus y de las medidas de precaución que tomemos.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times