Qué difícil es involucrar a los ciudadanos en los grandes problemas nacionales cuando no les afectan directamente. ¿Somos un pueblo solidario? Sí, pero tenemos tantas dificultades propias que no queremos cargar una más y tomamos distancia. A veces realizamos una pequeña contribución, calmamos nuestra conciencia y nos damos a la fuga. ¡Nos falta compromiso!
La anemia y la desnutrición crónica son realidades desgarradoras en el Perú. Son la gran ‘tara’ nacional, pero pasan desapercibidas porque son silenciosas a menos que alguien levante una voz de alarma (con mucha potencia porque en este país no es fácil ser escuchado).
Si partimos de que el instrumento más valioso para que una sociedad se desarrolle es la educación y que tenemos un alto porcentaje de niños anémicos entre los 0 y 36 meses de edad (con cerebros con deficiencias en su formación y cuyo daño es irreversible), ¿a qué nuevas generaciones estamos apostando? ¿Qué capacidad de aprendizaje pueden tener estos niños con esas carencias endémicas y ancestrales? Superar este problema es una tarea titánica, pero cuanto más la retrasemos será peor.
Con una niñez anémica, estamos cojos en el partidor. No podemos hablar de elevar nuestro PBI, generar crecimiento y atraer inversión si en simultáneo no atendemos esta situación. No menciono nuestra anhelada inclusión en la OCDE porque soy enemiga de incorporarnos a ese club. Las funestas experiencias de Chile y México hablan por sí solas.
La mayoría de niños anémicos vive en zonas altoandinas y en lugares de difícil acceso. Las cifras en Puno son desoladoras: 70% de la población infantil vive en esa situación. Nuestra accidentada geografía y la dispersión de la población en zonas rurales hace cualquier tarea más compleja. Imposible pensar que comunidades campesinas, con raíces muy arraigadas a su tierra, puedan aglutinarse en un lugar distinto. Por ello, el problema hay que enfrentarlo con todas las debilidades del entorno.
Los esfuerzos del Gobierno no se permiten descanso. Un pequeño descuido y los nefastos índices vuelven a crecer. No solo se trata de asistencialismo y de distribución de alimentos en el marco de programas sociales, sino también de enseñar a optimizar los recursos, a modificar ciertos comportamientos y que logren sostenibilidad. Sin embargo, primero hay que entender los alcances de este concepto y sus beneficios. Esa es la parte más complicada y retadora.
La prevención es mucho más barata que la reparación, pero es invisible, no da réditos políticos y por ello es tan difícil involucrar a ‘políticos profesionales’ en esta causa. ¿Cómo hacemos para que el Congreso priorice leyes a fin de que sea mandatorio fortificar el arroz y otros alimentos de primera necesidad con hierro? ¿Cómo hacemos para que la lucha contra la anemia sea un tema de importancia nacional y no solo del Midis, algunas ONG poderosas y del Programa Mundial de Alimentos (con iniciativas como Hambre Cero Perú, que busca que el Perú sea el primer país de medianos ingresos en erradicar la desnutrición crónica y la anemia garantizando un acceso adecuado de alimentos y nutrientes para todos)? ¿Cómo hacemos para involucrar a jóvenes para que se organicen y colaboren con una campaña permanente de ayuda? ¿Cómo hacemos para que toda persona con cierta capacidad adquisitiva “adopte” a un niño por lo menos hasta los 5 años? Una verdadera solución es transversal a todos los componentes de la sociedad, especialmente a aquellos que tienen capacidad de convocatoria y herramientas de difusión masiva.
Este Gobierno ofreció reducir la desnutrición crónica del 30% al 13% al 2021. Es una meta ambiciosa que no ha tenido mayores resultados hasta ahora. Pero no se trata de atacarlo o imputarle responsabilidad. Es un problema gravísimo que va más allá de una oferta electoral. No debemos dejar que se politice. Lo importante son los resultados de carácter permanente y ello solo será posible cuando todos aquellos peruanos con capacidad para entender y valorar el problema nos involucremos.