Amigos y aliados han llegado a desconfiar de Estados Unidos. La confianza está estrechamente relacionada con la verdad, y el presidente Donald Trump está notoriamente desapegado de ella. Todos los presidentes han mentido, pero nunca a tal escala. Las encuestas internacionales muestran que el poder de atracción blando de Estados Unidos ha caído marcadamente durante la presidencia de Trump.
¿El presidente electo Joe Biden puede restablecer esa confianza? En el corto plazo, sí. Un cambio de estilo y de políticas mejorará el estatus de Estados Unidos. Trump fue un presidente atípico. La presidencia fue su primer trabajo en el gobierno, después de una vida profesional en el mundo del mercado inmobiliario y la televisión de Nueva York, en donde las declaraciones escandalosas retienen la atención de los medios y ayudan a controlar la agenda.
Por el contrario, Biden es un político con una larga experiencia que ha pasado décadas en el Senado y ocho años como vicepresidente. Desde la elección, sus declaraciones y designaciones iniciales han tenido un efecto tranquilizador en los aliados.
El problema de Trump con los aliados no era su eslogan de “Estados Unidos primero”. A los presidentes se les encomienda la misión de promover el interés nacional. La cuestión importante es cómo un presidente define el interés nacional.
Trump eligió definiciones transaccionales estrechas y, según su exasesor de seguridad John Bolton, a veces confundía el interés nacional con sus intereses personales. Por el contrario, muchos presidentes estadounidenses desde Harry Truman adoptaron una visión amplia del interés nacional y no lo confundieron con el propio. Truman consideraba que ayudar a los demás era un interés nacional de Estados Unidos.
Trump, en cambio, siente desdén por las alianzas y el multilateralismo. Inclusive cuando tomó medidas para hacer frente a prácticas comerciales abusivas de China no supo coordinarlas y, en cambio, impuso aranceles a los aliados estadounidenses.
El retiro de Trump del acuerdo climático de París y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), por otro lado, sembró desconfianza en el compromiso estadounidense de lidiar con amenazas globales transnacionales, como el calentamiento global y la pandemia del COVID-19. El plan de Biden de reincorporarse a ambos, y sus garantías sobre la OTAN, tendrá un efecto inmediato en el poder blando de Estados Unidos.
Pero Biden enfrentará un problema de confianza más profundo. Muchos aliados se preguntan cómo se puede confiar en un país que produjo un líder como Trump en el 2016, no engendre otro en el 2024.
La menor confianza en el gobierno y en otras instituciones que alimentó el ascenso de Trump no empezó con él. El bajo nivel de confianza en el gobierno ha sido una enfermedad de Estados Unidos durante 50 años. Pero quizá la mejor demostración de la fortaleza y resiliencia de la cultura democrática estadounidense fue la elección del 2020. A pesar de la peor pandemia en un siglo y de las predicciones sombrías sobre condiciones de votación caóticas, hubo una cantidad récord de votantes y los miles de funcionarios locales –republicanos, demócratas e independientes– que administraron la elección consideraban que la ejecución honesta de sus tareas era un deber cívico.
En Georgia, donde Trump perdió por un estrecho margen, el secretario de estado republicano desafió las críticas infundadas de Trump y otros republicanos diciendo: “en la vida yo me guío por la premisa de que los números no mienten”. Contrariamente a las predicciones de catástrofe de la izquierda y las predicciones de fraude de la derecha, la democracia estadounidense puso de manifiesto su fortaleza y sus profundas raíces.
Pero los estadounidenses, entre ellos Biden, seguirán enfrentando los temores de los aliados sobre si se puede o no confiar en que no elijan a otro Trump en el 2024 o en el 2028. Mencionan la polarización de los partidos políticos, la negativa de Trump a aceptar su derrota y la reticencia de los líderes republicanos a condenar su comportamiento o inclusive reconocer explícitamente la victoria de Biden.
Los periodistas dicen que alrededor de la mitad de los republicanos en el Senado repudian a Trump, pero que también le tienen miedo. Si Trump intenta retener el control del partido después de abandonar la Casa Blanca, Biden enfrentará una tarea difícil al trabajar con un Senado controlado por los republicanos.
Afortunadamente para los aliados de Estados Unidos, si bien las habilidades políticas de Biden se pondrán a prueba, la Constitución le ofrece al presidente más margen de acción en materia de política exterior que doméstica, de manera que las mejoras de corto plazo en cooperación serán reales. Asimismo, a diferencia del 2016, una encuesta reciente del Consejo de Chicago sobre Asuntos Globales demuestra que el 70% de los estadounidenses quiere una política exterior de cooperación orientada hacia afuera (un porcentaje sin precedentes).
Pero el interrogante de largo plazo sobre si los aliados pueden confiar en que Estados Unidos no engendre otro Trump no se puede responder con total seguridad. Mucho dependerá de cómo se controle la pandemia, de cómo se restaure la economía y de la capacidad política de Biden para manejar la polarización política del país.
–Glosado y editado–
Project Syndicate