El primer centenario de la Independencia fue celebrado festivamente, al menos en Lima. Se inauguraron la plaza San Martín, el monumento a Manco Cápac, el Museo de Arte Italiano, la fuente china, la torre del reloj en el parque Universitario. Unas 30 delegaciones extranjeras asistieron a las celebraciones.
La República Aristocrática que lo precedió fue una época próspera. Entre 1895 y 1919, el PBI per cápita (cifras de Bruno Seminario) se elevó de US$605 a US$1.494, casi 2,5 veces en 25 años. Pero en 1917, el mundo vio irrumpir en Rusia a la primera revolución comunista. En las elecciones de 1919, el expresidente Augusto B. Leguía logró la mayoría de los votos pero dio un golpe de Estado por el temor de que la Corte Suprema anulara una parte de ellos y el Congreso convocara nuevas elecciones. Se inició así el Oncenio.
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La Modernidad Frustrada podría llamársele al período entre el 2001 y 2020. Resultó también una época próspera. El PBI per cápita (cifras del Banco Mundial) se elevó de US$1.941 a US$6.127, más del triple en 20 años. La inflación fue una de las menores de la región. Y 10 millones de peruanos dejaron de ser pobres. Pero una descentralización territorial mal concebida, la grave crisis de los partidos e instituciones políticas, una corrupción grosera, un Estado incapaz de prestar servicios básicos a sus ciudadanos, y también (como cuando la República Aristocrática) una incapacidad de las élites dominantes para entender y asumir integralmente un país tan complejo como el Perú –y para liderar con esfuerzo y desinterés un desarrollo más inclusivo y menos desigual– afectaron tan importantes avances.
La pandemia del COVID-19 ha enlutado a más de 200.000 familias peruanas. Y el resultado de las últimas elecciones ha generado una peligrosa polarización y mucha incertidumbre, así como miedo y desconfianza en sectores relevantes de la población. Todo ello ha afectado la celebración del frugal programa organizado para el Bicentenario: inauguraciones como la del MUNA, conciertos, congresos académicos, concursos diversos, series de TV como “El último bastión”.
Perú Libre –partido que obtuvo el 15% de los votos en primera vuelta para ganar 37 de 130 escaños en el Congreso– se proclama marxista-leninista. Por tanto, es ajeno y contrario, en su esencia, a la democracia liberal. Los marxistas-leninistas aspiran a un mundo en el cual el Estado controle la economía y sus principales medios productivos, abata a la burguesía y sus valores, anule la libertad de prensa y reprima a la oposición.
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Por sanciones en procesos de corrupción, Perú Libre invitó a Pedro Castillo como su candidato. El presidente Castillo –quien jura hoy por la Constitución vigente desempeñar la Primera Magistratura de la Nación hasta el 28 de julio del 2026– es un auténtico representante del Perú profundo, ese que injustamente carece todavía de servicios adecuados de educación y salud, y cuya producción agrícola no logra soporte ni mercados adecuados. Maestro rural, rondero y sindicalista, su experiencia administrativa es limitada. Y su plan de gobierno incluye una propuesta de cambio de Constitución, eventualmente a través de mecanismos forzados, para que esta adquiera, según enunció, “olor, sabor y color de pueblo”.
En paralelo con la agonía de las dictaduras cubana y chavista y con un creciente radicalismo en países vecinos como Chile y Colombia, se inicia hoy en el Perú un Socialismo Incierto, uno que podría contribuir a superar algunas causas sociales que frustraron la modernidad y el desarrollo recientes o, por un burdo complejo de Adán, pretender borrar no solo lo malo sino también lo bueno escrito en la pizarra, en el intento de refundar un país hoy pasmado.
¿Se superarán pronto los graves estragos causados por el COVID-19? ¿Repetirá Perú Libre su triunfo en las elecciones regionales y locales del 2022? ¿Se celebrarán elecciones generales libres en el 2026? ¿Aumentará la calidad sanitaria y educativa de los miles de niños de distritos pobres como Tacabamba? ¿Será más fluida la relación entre la sociedad y el Estado? ¿Se recuperarán la confianza, la inversión privada, los empleos formales? ¿Aumentarán la inflación y la devaluación? ¿Se buscará cerrar una economía que tanto esfuerzo costó abrir? ¿Restringirá un creciente burocratismo controlista y corrupto la capacidad para crear empresa, para innovar, para imaginar un mejor futuro? ¿Las pocas instituciones que hoy funcionan bien se debilitarán o afirmarán? ¿Sufrirá la libertad de expresión?
Que el presidente Castillo en su mensaje de hoy y su Gabinete cuando presente su plan al Congreso puedan aclarar, para bien, algunas de estas inquietudes. El Perú requiere de un gobierno que promueva el éxito, la unión y el bienestar de todos los peruanos. //