La semana pasada, Janet Yellen juró como secretaria del Tesoro (el equivalente al MEF en nuestro país) en Estados Unidos, y se convirtió en la primera mujer en 232 años en encabezar esa institución, luego de haber sido también la primera mujer en liderar la FED (o nuestro BCR) en su historia.
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La posible renovación en el BCR, que toqué la semana pasada en este espacio, tiene también un componente que trasciende lo individual y los nombres propios e involucra la naturaleza de la representación en cargos públicos, incluso de aquellos que no se originan en una elección directa. Y es un punto débil en una institución que es considerada ejemplar en muchos otros sentidos, y que si bien no tiene una función representativa es un pobre reflejo de la sociedad peruana.
En el Perú, el BCR ha tenido un total de 212 directores desde 1922, y 208 de ellos han sido hombres. Teresa Pareja, Rosario Almenara, Martha Rodríguez y Beatriz Boza son las únicas 4 mujeres en la historia de esa institución que han ocupado ese cargo. En el mismo lapso de tiempo, ha habido 7 directores llamados Pedro, casi el doble. En sus casi 100 años de existencia, el BCR ha tenido tantas mujeres en su directorio como hombres apellidados Wiese.
Más allá de logros individuales, este tipo de representación importa. En una columna pasada sugerí que la representación sociológica, como espejo, tenía sus límites. Asumir que una mujer en un cargo público, como en estos contados casos, representará a todo el género femenino es un absurdo, pero también es necesario destacar el impacto que una mayor presencia de grupos históricamente marginados o relegados en la arena política tiene sobre la política y la sociedad en general.
Importa por varias razones, como un artículo del “New York Times” resumió recientemente. Hay un elemento simbólico que permite romper estereotipos, quebrar ese techo de cristal u otras barreras que asoman como impenetrables por generaciones. Muchas veces esos primeros pasos no se traducen en progreso continuo y sostenible: Teresa Pareja fue la primera directora entre 1975 y 1976, y no fue hasta principios de los 90 que llegaron Martha Rodríguez y Rosario Almenara. Tampoco hay una mujer en el directorio desde la salida de Beatriz Boza en el 2011. Sin embargo, la senda abierta por esas cuatro mujeres debería facilitar la llegada de más mujeres a esa posición.
También importa porque la identidad y la experiencia personal de los directores del BCR y de otros funcionarios influyen en sus decisiones y en su forma de abordar los temas que ven en su día a día. Uno de los argumentos presentados en el artículo del “New York Times”, además, es que cuando funcionarios provienen de distintos orígenes ello incrementa la confianza del público en las decisiones que se adoptan.
Cuando Julio Velarde nació, en 1952, las mujeres ni siquiera tenían el derecho a votar. Desde entonces, ha habido avances en la presencia de la mujer en la política, desde gabinetes hasta mesas directivas en el Congreso. Pero el caso del BCR sugiere que el progreso inicial debe ser continuo y sostenido para que se consolide a nivel institucional y sea más que una anomalía estadística.