En el bicentenario de la batalla de Ayacucho, es honroso rendir homenaje histórico a la gesta que al pie del Condorcunca selló con el fuego de las armas la independencia del Perú y la libertad de América. El 9 de diciembre de 1824 confluyó allí la mayor arquitectura militar forjada para la independencia.
La campaña de Ayacucho se inició al quedar los ejércitos patriota y realista separados por el portentoso río Apurímac, luego de la victoria de Junín. En Cusco, se reorganizó el Ejército Realista y, a finales de octubre, el virrey José de la Serna inició una rauda contraofensiva, en dirección Chalhuanca-Cangallo-Huamanga, hasta colocarse a las espaldas del Ejército Libertador, que había quedado en Andahuaylas al mando del general Antonio José de Sucre, siendo cortada la línea de comunicaciones patriota.
Ambos ejércitos empezaron a movilizarse. El 3 de diciembre, la división peruana con el general José de La Mar juró “sucumbir antes en la batalla por la libertad de la patria que volver las espaldas”. En la tarde, durante el cruce de la quebrada de Ccollpahuaycco, se produjo el ataque realista sobre la retaguardia patriota, que resistió salvando el ejército con grandes costos. Las fuerzas siguieron rumbo a mejores posiciones ante la inminente contienda final.
Así llegó el 9 de diciembre con los realistas ocupando el Condorcunca en alturas dominantes; mientras el Ejército Libertador se hallaba emplazado en la magna pampa de Ayacucho, en posición para resistir el embate de las experimentadas divisiones del virrey, apoyado en sus flancos por las quebradas, lo que concentraba el campo de batalla hacia su frente.
El ataque realista se inició a las 10 de la mañana, con la arremetida de la poderosa división de Valdez sobre la izquierda patriota, donde resultó fundamental la contención a cargo de la división de La Mar, más los guerrilleros. Ello permitió al general Sucre la libertad de maniobra para tomar la ofensiva al “paso de vencedores” con la división Córdova. Es más, ante los ataques de las divisiones realistas de Villalobos y Monet, se produjo la tenaz lucha de infantería y la embestida de la caballería patriota; entre estos, los Húsares de Junín.
Entonces, Sucre decidió el refuerzo con la división Lara, profundizando el ataque, mientras los realistas no emplearon eficazmente su caballería ni artillería, con lo que los patriotas coronaron el cerro y, a la una de la tarde, se alzaron con los laureles de la victoria. Quedaron prisioneros el virrey herido, todos los generales realistas y centenares de jefes, más 2.000 hombres y tomados los pertrechos. De cerca de 15.000 combatientes por ambas partes, las bajas sumaron unos 3.400.
De este modo, la batalla de Ayacucho fue la mayor contienda libertaria contra el régimen español en América y se inscribió así en la memoria universal. Con ella, quedaron derribadas tres centurias de dominación hispana, entregado el territorio y consolidada la autodeterminación del Perú.
Ayacucho constituye también la suma de todas las luchas libertarias realizadas desde el rechazo a la conquista, pasando por los alzamientos y rebeliones en suelo peruano, que dejaron campo fértil para la llegada de los ejércitos de San Martín y Bolívar, más la acción de las tropas nacionales en las campañas a Puertos Intermedios y las partidas de guerrillas.
Entonces, la egregia gloria burilada en el campo de Ayacucho es el sol radiante que corona al Perú libre que llevamos apretado en el alma, imbuidos de seguir forjando la promesa de la independencia, aquella que Basadre señaló “para tener una vida mejor”. Más aún, las nuevas repúblicas del continente quedaron en seguridad para el destino de sus sociedades. Ello es el fulgor de Ayacucho, el mayor legado que brillará a lo largo de los tiempos.