La Beneficencia de Lima se creó un 12 de junio hace 180 años, a pocos días de haber finalizado la primera guerra civil de la historia republicana del Perú, con el legendario abrazo que se dieron en la Pampa de Maquinhuayo las tropas rebeldes dirigidas por José Rufino Echenique y las del presidente provisorio, Luis José de Orbegoso, famoso por su caballerosidad (y su falta de carácter). Si bien la paz fue efímera, interrumpida a los meses por Salaverry, en un tiempo, como escribiría Basadre, de infierno republicano, de caudillos que se sucedían en el poder usurpándose unos a otros la autoridad, la Beneficencia se consolidaba como una institución que sostenía a los más pobres, a los desvalidos, huérfanos, ancianos y enfermos del nuevo Perú y la Lima poscolonial; era financiada con los aportes de familias adineradas y filántropos, reunía poco a poco un interesante patrimonio inmobiliario y se hacía de algunos monumentos históricos declarados Patrimonio Cultural de la Nación, como el Cementerio General Presbítero Maestro, el Puericultorio Pérez Araníbar y la bellísima Plaza de Acho, espacio ideal para la difusión del acervo cultural y las tradiciones del Perú, Lima y el Rímac.
En medio de una convulsionada República en ciernes, los hospitales San Andrés y Santa Ana, ubicados en lo que es hoy la Plaza Italia, pasaron a manos de la beneficencia apenas esta fue fundada. En una sociedad de castas como la colonial, cada nosocomio atendía a un grupo humano distinto, según su origen. Así, el San Andrés estaba destinado a españoles y el Santa Ana, a los indígenas que radicaban en la capital. Las familias con recursos eran atendidas en sus propias casas.
Pero un hecho peculiar ha mantenido el interés y la fantasía de arqueólogos, historiadores y periodistas. Hoy parece más parte de una leyenda urbana el enterramiento de las momias de los gobernantes incas Pachacútec, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac y algunos familiares, en los predios del antiguo Hospital San Andrés, en medio del proceso de extirpación de idolatrías que la corona española llevó a cabo a través del virrey Marqués de Cañete. Garcilaso recuerda cómo tocó la mano de la momia de Huayna Cápac, que parecía toda de madera, en casa del corregidor de Cusco Polo de Ondegardo, antes que éste mande los mallquis a Lima. Hoy, el antiguo hospital, o lo que queda de él, se desvencija, a pesar de ser el más antiguo del Perú y simbolizar el inicio de la medicina peruana en sus recintos, algunos aún en pie. Las momias parecen reposar debajo del cemento, si es que allí yacen.
La Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana enfrenta desafíos. Más de la mitad de los inmuebles que conforman su patrimonio se encuentra en situación precaria o tugurizada. El Estado, que debiera ser aliado, ha incautado a la institución diez hospitales, entre el Loayza, el Valdizán, el Bravo Chico y el Hospital del Niño, transferidos en canje por una deuda de S/.200 millones a la Sunat, cuando todos los hospitales juntos tenían un valor de S/.1.000 millones. Cabe preguntarse qué pasará con los ciudadanos más vulnerables, aquellos que necesitan del apoyo de la Beneficencia para sobrevivir y recibir atención y cuidados. Cabe preguntarse, también, si la desidia de unos cuantos no terminará por culminar el trabajo que el tiempo ya ha venido haciendo: convertir en cosa vetusta, acaso en recuerdo, aquello que nos diferencia, nos dignifica, y podría en todo caso ser atractivo turístico de la ciudad. Nuestra herencia artística, cultural, histórica.“La Sociedad de Beneficencia de Lima Metropolitana enfrenta desafíos. Más de la mitad de los inmuebles que conforman su patrimonio se encuentra en situación precaria o tugurizada”.