Alberto Vergara dice que lo menos que podemos hacer para no hundirnos, es un pacto de no agresión. No basta, claro que no, pero es como bajar la inflamación antes de atacar la infección. Esto último no podemos acometerlo ahora, en un gobierno de emergencia a pocas semanas de elecciones generales y con la prioridad de conseguir vacunas.
Pero tenemos que hacer caso a Alberto y bajar la hinchazón. Estamos en campaña y ella invita a disentir y pelear entre liberales y conservadores, derechistas e izquierdistas. Pero esa pelea no tiene que ser empleando sin ton ni son los argumentos extremos: si no gano será fraude, todas las encuestas son falsas, conspiran contra mi, todos son corruptos salvo yo. Bah.
El extremismo argumental en el discurso de los candidatos y de sus hinchas es la continuidad de haber empleado armas extremas de lucha política en los últimos años: la vacancia y la disolución de la Congreso. Peor aún, podría ser el preámbulo de la que nos espera. Sería muy difícil que luego de esto, y con lo tensos que estamos en la campaña, esperemos que cunda un debate fino y programático.
Por eso, Alberto sugiere un pacto que diga explícitamente que no habrá ni vacancia ni disolución. Claro que coincido, pero un acuerdo de esa naturaleza recién puede empezar a tomar cuerpo luego de la primera vuelta, cuando sepamos quiénes estarán en el Congreso. Mientras tanto, hay que quitarle extremismo conspiranoico y generalizaciones abusivas a la campaña y, atenuar ese mal acrecentado en nuestros tiempos: enrostrarse los judicializados rabos de paja.
Un problema crucial, es la existencia de carboneros, de personajes secundarios que impelen a los protagónicos a caer en los extremos. Por ejemplo, carboneros son todos los que aseguraron a candidatos como Forsyth, López Aliaga y De Soto que el JNE los iba a excluir. Ellos no solo los distrajo de la campaña propositiva sino que provocaron que entre sus hinchas se invocara la palabra fraude, la más ominosa en medio de una campaña.
Carboneros son los abogados que recomiendan querellas en lugar de conciliaciones y politizan la estrategia de defensa de sus patrocinados; carboneros son los asesores que pintan fantasmas en lugar de dar soluciones y conducen a sus asesorados a pisar los palitos que les lanzan; los jefes de imagen que les subrayan los ataques que reciben y les provocan reacciones airadas; los amigos y ayayeros que les alimentan las teorías conspirativas.
Una autocrítica: los medios también la pegamos de carboneros cuando subrayamos los ataques muy por encima de los programas. Al final, tenemos por candidato a un manojo de nervios cuyo instinto lo(a) lleva a protegerse y a morder a quien pueda, olvidando sus propuestas en el intento.