Hace algunas semanas, caminaba por una librería cuando, en la sección de Género, vi promocionado el libro “Ciudad feminista”, de la académica canadiense Leslie Kern. Recordé por entonces que, durante la campaña presidencial que acaba de pasar, en mi revisión de varios de los planes de gobierno solo encontré uno que hiciera siquiera una breve mención a la importancia de pensar el espacio con un enfoque de género (el de Juntos por el Perú). Lo cierto es que, aunque venimos hablando cada vez más de género en el debate público, muchas veces esto se ciñe a algunos pocos temas que no agotan la conversación (por ejemplo, la violencia, los derechos de las personas LGBTQI o la presencia de las mujeres en las empresas).
Publicado en español y disponible en nuestro país, el libro de Kern es de ágil lectura, y no está dirigido a expertos, por lo que es una entrada ideal para pensar cómo, en palabras de la autora, “las mujeres todavía experimentan la ciudad a través de una serie de barreras –físicas, sociales, económicas y simbólicas– que le dan forma a su vida diaria en maneras que están profundamente (aunque no de forma exclusiva) marcadas por el género”.
Uno de los temas que aparece de manera transversal a lo largo de todo el libro (además de en un capítulo específico) es el miedo. Kern nos insta a pensar el miedo, concretamente el miedo a los hombres, desde una perspectiva geográfica. “Como tenemos muy poco control sobre la presencia de los hombres en nuestros ambientes, y no podemos vivir en un estado de constante miedo, desplazamos un poco de este a los espacios: calles de la ciudad, callejones, plataformas del subterráneo, veredas oscuras”. Aunque estas palabras para muchas podrán sonar obvias, lo que pasa a decir Kern es que, muchas veces, parece olvidarse el impacto material que esto tiene en la vida de las mujeres. “Podría tener que declinarse un turno nocturno en el trabajo que pague mejor, pero que tenga lugar en un área que parezca peligrosa. Podrían tener que evitarse clases nocturnas que podrían llevar a más entrenamiento y trabajos mejor pagados. Y hogares baratos podrían terminar siendo inaccesibles si se encuentran en un área insegura”. A eso, continúa, sumémosle el costo de preferir, por ejemplo, no caminar para así evitar situaciones de acoso callejero.
Por supuesto, el miedo no es lo único que aparece en el libro. Una sección con la que muchas mujeres se identificarán es aquella que piensa las ciudades desde la perspectiva de las madres y familias. Esto implica cuestionar, por mencionar algunos temas, cómo muchas veredas son tan angostas que no entran los coches de bebé o el impacto de que muchas estaciones de transporte público no tengan ascensor. Es en esta sección que también trae un ejemplo de cómo puede verse una política urbana con enfoque de género. En Suecia, se decidió que la limpieza de nieve priorizada no sería las autopistas, sino “las veredas, los caminos de bicicleta, los carriles de bus y las zonas de nido, reconociendo que las mujeres, los niños y los ancianos tienen más chances de caminar, montar bicicleta, o usar transporte masivo. Más aún, dado que los niños tienen que ser dejados en la escuela antes de que comience el trabajo, tiene sentido despejar esas rutas antes”.
El libro de Kern tiene algunas limitaciones, como, por ejemplo, el hecho de que se enfoca predominantemente en ciudades del norte global. Sin embargo, no dejo de recomendarlo porque creo que ayuda a hacernos las preguntas correctas y a cuestionar la forma en la que pensamos nuestra ciudad. En relación a esto, es particularmente importante que a lo largo del texto hay una mirada interseccional. Kern está interesada en cómo el género afecta la experiencia de la ciudad, pero también cómo esta es afectada por otra serie de barreras, relacionadas entre otros puntos a la discapacidad, a la raza y a la clase. Es también desde esta mirada que se nos insta a pensar en soluciones. “Hacernos ‘preguntas de mujeres’ sobre la ciudad implica preguntarnos tantas otras cosas más que el género”, sentencia Kern. “Tengo que preguntarme cómo mi deseo por la seguridad podría aumentar la vigilancia policial a las comunidades de color. Tengo que preguntarme cómo mis necesidades de acceso a los coches de bebé pueden estar en solidaridad con las necesidades de las personas con discapacidades o de mayor edad”.