Si algo caracteriza el cambio de gobierno es la incertidumbre. ¿Habrá un gabinete moderado o uno radical? El nuevo gobierno, ¿empezará respetando mínimas reglas de orden económico o impulsará cambios que afecten la economía?
Si hay algo más o menos seguro es que Pedro Castillo insistirá en el planteamiento de una nueva Constitución.
“El Perú del bicentenario merece una Constitución forjada desde el diálogo, la reconciliación y el compromiso con la dignidad de todos/as”. Así lo ha dicho en su cuenta de Twitter.
“Una Constitución –refirió– impulsada por su noble pueblo y aprobada en democracia, sin amenazas golpistas.” Esa constitución, concluye, terminaría con la “histórica discriminación” de nuestros pueblos.
Puestos en el escenario de una asamblea constituyente, sin embargo, no hay cómo saber qué tipo de texto se obtendría. ¿Cómo se podría saber que una nueva constitución acabaría con la discriminación?
El abandono, la postergación y el retraso de los pueblos del Perú merece, por supuesto, y exige, debate, análisis y, sobre todo, reformas.
Un cambio de constitución, sin embargo, no garantiza mejoras. Los cambios deben hacerse sobre la base de la experiencia y la experiencia es puntual y casuística.
Si borramos todo y empezamos todo de nuevo, no sabremos qué estaba mal y qué estaba bien. No podremos romper cada cuello de botella o cada atasco de legislación o regulación.
El retraso y la postergación se han mantenido en los últimos veinte años, a pesar de la aparición de ingentes recursos fiscales. Parte clave del retraso ha sido la mala distribución de esos recursos.
La mala distribución de los excedentes se ha debido, principalmente, a la intermediación de los gobiernos subnacionales. Hubo poca capacidad de gestión, falta de habilidades ejecutivas, escasa visión, burocratización y corrupción.
¿Cómo así una nueva constitución, del signo que sea, sería capaz de crear capacidad de gestión donde no la hay? ¿Cómo podría desarrollar una visión para la mejor inversión pública regional o local?
¿Cómo así un texto constitucional podría reducir la burocracia o contener y combatir la corrupción? Las reformas que se requieren no están, principalmente, dentro de la constitución, sino fuera de ella.
Para saber que estas taras de nuestro sistema de gobierno serán enfrentadas, tendríamos que oír de planes de reforma. Hasta ahora el candidato Pedro Castillo no ha puesto en Twitter o declarado sobre su plan de reformas.
¿Cuál es su plan para desburocratizar? ¿Qué mecanismos corregirá para hacer transparentes las licitaciones? ¿Cuál es el cambio legal para reducir espacio a la corrupción?
La falta de claridad y de planteamientos específicos en la reforma del Estado no puede sustituirse apelando a una “Constitución forjada desde el diálogo”.
Pedro Castillo se demoró en conformar sus equipos técnicos. Ahora, su organización se demora en alistar las comisiones de transferencia. Todo ello revelaría falta de preparación para realizar los cambios que deben hacerse.
La bandera de la nueva constitución parece carecer, por su lado, de lineamientos básicos. No hay o no se ha publicado ninguna idea sobre cómo se formaría la tal asamblea constituyente.
Se trata de una bandera sin respaldo. Con mucha retórica y poco fundamento, se pone al país ante un proyecto que es, en realidad, un abismo adicional a nuestros problemas.