Casi cada semana nos enteramos de atentados y masacres perpetrados por islamistas. Con menor frecuencia, aunque con lamentable regularidad, se reportan también asesinatos de periodistas.
La violencia fanática de sus autores y la profesión de sus víctimas hacen del horrendo crimen contra caricaturistas del semanario satírico francés Charlie Hebdo —en el que también fueron asesinados dos policías— uno con la funesta particularidad de abarcar ambas categorías.
Y sin embargo, quizá sea más preciso mirar el hecho desde las similitudes que guarda con el caso de “The Interview”, la película cuyo estreno estuvo a punto de ser cancelado en Estados Unidos por temor a que se materializaran las amenazas, presuntamente provenientes de Corea del Norte, de llevar a cabo atentados comparables a los del 11 de septiembre.
Porque lo definitorio en ambos casos es cómo radicales islámicos y norcoreanos reaccionan ante la abierta ridiculización, desde Occidente, de figuras que estos consideran como símbolos intocables de su identidad religiosa o política.
Lo que desde la óptica occidental supone un provocador ejercicio de la sátira, en contextos de alta susceptibilidad religiosa o de idolatría política puede llegar a interpretarse como una ofensa insoportable.
Sostenemos que nada justifica el asesinato de estos periodistas con la absoluta convicción con la que sus perpetradores sostienen que no hay nada que resulte más justificado. ¿Hay alguna salida no violenta para posturas así de irreconciliables?
Hace pocos días, el diario español El País presentó una editorial rechazando las manifestaciones que semanalmente vienen repitiéndose en Alemania en contra de la inmigración musulmana.
Bajo el título de “El Otro soy Yo”, el texto defiende la inmigración a partir de la igualdad, un principio fundacional de la Europa moderna, para contener la amenaza xenófoba que se extiende por el continente.
Pero cabe preguntar hasta qué punto debería invocarse también el principio de la diferencia. Decir “yo no soy el otro”, reconocer que se defiende valores distintos e incluso opuestos a los de otra civilización, puede ser un mejor punto de partida para negociar la convivencia.
De hecho, fue admitiendo espacios para la diferencia como la propia Francia puso fin a las guerras de religión entre católicos y protestantes a finales del siglo XVI, dando paso a un cierto nivel de tolerancia.
El asunto es muy complejo. Así lo demuestra el debate actual entre medios occidentales, sobre si reproducir o no las ofensivas portadas de Charlie Hebdo al cubrir la noticia del atentado.
Mientras algunos sostienen que es imperativo hacerlo, en defensa de la más irrestricta libertad de expresión —y de Occidente—, otros consideran que la noticia puede cubrirse sin perjuicio de dicha libertad y sin necesidad de ofender las creencias religiosas musulmanas. Solo la tolerancia de lo difícil de aceptar, la voluntad de buscar un mínimo equilibrio, puede acabar con el fanatismo detrás de este conflicto.