Si uno revisa las campañas de algunos de los lideres políticos peruanos en las recientes décadas, encontraremos que los más exitosos tuvieron el don de sembrar al menos durante un tiempo, la sensación de la confianza entre sus electores. Belaúnde, Barrantes y Alan García entran en esta categoría aunque el destino de cada uno fue luego tan distinto como se esperaba. En su momento sin embargo, la confianza que lograron despertar fue un nudo esencial entre ellos y sus seguidores.
De la sensación de la confianza se deriva otra esencial que es la de la representatividad. Cuando no se tiene la confianza en una autoridad, la representación es imposible. En las marchas de noviembre pasado, los carteles decían una frase que sigue vigente: “Este Congreso no me representa”.
Confiar en un líder, sentirse representado, votar, elegir. Estos son pasos que nacen de una adhesión natural. La confianza no es una interpretación o una deducción sino una experiencia mucho más elemental: una sensación. Sentir confianza tiene un componente emocional e intuitivo. Es un toque mágico que en nuestra vida personal sella amistades, amores, matrimonios, relaciones de trabajo. Si confiamos en el líder es porque algo nos ha inspirado en su aspecto físico, en su modo de hablar, de comportarse, y solo luego también en sus ideas y programas. Una pregunta habitual que se hacen los mismos electores es si invitarían a algún candidato a su casa. Cuando la confianza desaparece y surge la decepción, se produce una crisis de representación, un episodio que ha definido nuestra historia reciente.
En su origen etimológico, la palabra “confianza” está ligada a la de “confidente”, es decir una persona a la que le confiaríamos nuestros secretos. ¿Quiénes pueden presentarse como tales entre los candidatos en esta carrera electoral?
La capacidad de otorgar confianza es un bien amenazado en los tiempos del escándalo de las vacunas clandestinas y las mentiras de ministros y presidentes. Hoy en día la desconfianza, el escepticismo, el hartazgo, parecen ser las experiencias más comunes. Esta sombra define a nuestros candidatos a la presidencia. Aun así, habría que agregar que hay algunos que inspiran menos desconfianza que otros. Hay algunos que inspiran desconfianza absoluta.
Pero hay otro factor que atenta contra el desarrollo de la articulación de la confianza entre los peruanos. Se trata de las divisiones culturales y sociales, del racismo, la ignorancia y los prejuicios. Gentes que vienen de distintos ámbitos culturales, lingüísticos y geográficos recelan naturalmente de otros. Encontrar a un solo líder que inspire confianza en un pescador en Tumbes, un agricultor en Junín, una doctora en Cajamarca y un comunero en Yarinacocha, entre otros muchos tipos de peruanos (podríamos cambiar profesiones y lugares al azar en esta enumeración), parece una misión imposible. Ningún proyecto colectivo podría ser liderado sin un proceso de integración cultural y social. ¿Ha habido alguna vez algún líder que lo fuera para todos los peruanos?
En su libro “Confianza” Francis Fukuyama habla del capital social que viene de una relación natural y fluida entre los agentes económicos. Fukuyama afirma que la confianza es el factor esencial para entender por qué algunos países tienen éxito y otros no. Esta idea puede aplicarse al éxito de empresas, clubes de fútbol, y comunidades. La confianza es el cemento que hace que una suma de individuos se convierta en un equipo.
Restaurar la confianza parece una tarea difícil de lograr hoy en día. El candidato que muestre mensajes constructivos, tocado por la gracia de lo que se ha llamado “carisma”, podrá lograrlo. Y necesitará dar un salto para pasar de la confianza a la esperanza, ese antiguo impulso.