Desde la semana pasada, Cuba viene siendo el escenario de protestas masivas. Se trata, según el criterio de algunos analistas, de la explosión de descontento ciudadano más importante de los últimos 30 años y se explica por la aguda crisis económica y sanitaria que padece la isla como consecuencia del COVID-19. La misma que se suma a años de privaciones y totalitarismo castrista. Cunden el hambre y la falta de medicinas y la desesperación es lo suficientemente aguda como para llevar a la gente a las calles, a pesar de que la dictadura es conocida por la severidad con la que castiga la disidencia.
Naturalmente, el régimen de Miguel Díaz-Canel ha culpado, tanto de las circunstancias que motivaron las movilizaciones como de la organización de estas, a los Estados Unidos. Pero datos de la Guardia Costera de EE. UU., recogidos por “The New York Times”, grafican lo real del sufrimiento en este país: desde octubre pasado 512 cubanos han sido interceptados en el mar huyendo de la isla, sumándose a los millares que han hecho lo mismo, arriesgando sus vidas, desde que el “paraíso” socialista se instaló en Cuba.
Las redes sociales dieron cuenta de las protestas. Ante ello, la dictadura bloqueó el Internet e inició una ola de arrestos que, según activistas, solo se compara con la que hubo tras la invasión de la Bahía de Cochinos. Amnistía Internacional reportó que 150 personas fueron detenidas el domingo.
No queda claro si estamos ante el inicio de una “primavera cubana” o si este será apenas otro episodio de resistencia que sobrevivirá el castrismo, pero de Cuba nos llegan una serie de reflexiones y advertencias que no podemos perder de vista.
En primer lugar, la izquierda peruana ha reaccionado de forma vergonzosa a los hechos. Ni la supuestamente “moderada” (como Nuevo Perú) ni la radical (Perú Libre) han llamado a la dictadura por su nombre y, ante las protestas, o han guardado silencio o (como ha hecho Pedro Castillo) han culpado de la indignación cubana al embargo económico impuesto por EE.UU. desde hace 60 años. Una posición mezquina y condescendiente, toda vez que busca liberar de culpa al régimen opresor contra el que, explícita y sonoramente, están manifestándose miles de isleños. Para nuestra izquierda, en fin, importa más preservar la mentira del idilio cubano que escuchar a quienes la sufren. Una contradicción contra lo que aseguran defender y una demostración de que, por este lado del espectro, las convicciones democráticas son débiles o inexistentes. Una mala señal para el próximo lustro.
Por otro lado, no hay que olvidar que algunos en Perú Libre, como Vladimir Cerrón, son desvergonzados defensores del modelo cubano. De hecho, la vieja quimera de la “revolución”, como pretexto para toda atrocidad, la tienen bien procesada en el partido del lápiz. Solo basta recordar las palabras de Guillermo Bermejo cuando habló de quedarse en el poder, de “pelotudeces democráticas” y del objetivo de “establecer un proceso revolucionario en el Perú”. Así, no es una exageración decir que la oposición al próximo gobierno tendrá la fundamental tarea de mantenerlo en la vereda democrática.
En líneas generales, sin embargo, el caso cubano nos debería llevar a valorar nuestra democracia. La libertad de expresión, el escrupuloso respeto a los derechos individuales y la preservación del Estado de derecho son importantísimos. Y en este punto no solo asusta la izquierda. Los llamados a golpes de Estado, a desconocer los resultados electorales sin verdaderas pruebas y el maniqueísmo (“estas con nosotros o en nuestra contra”), debilitan la democracia y normalizan amenazarla. Cuando es esta la que nos ofrece mecanismos para defenderla.