La principal promesa que ofreció la Southern, a raíz de los 138 cuestionamientos al primer estudio de impacto ambiental del proyecto Tía María, es que no utilizará una sola gota de agua del Tambo. Así, construiría una planta desalinizadora en las playas de Mejía. Desafortunadamente, el proyecto afectaría la vida submarina y emplearía un exagerado uso energético.
La técnica de “ósmosis inversa” que se adoptaría para la desalinización es un proceso de alta presión que convierte el agua del mar en industrial. Consiste en la instalación de una membrana que solo permite el paso de las moléculas de agua e impide el ingreso de las más gruesas moléculas de la sal y de otros elementos inorgánicos. Al finalizar, lo que regresa al mar no solo es salmuera, sino también sustancias químicas e inorgánicas, con consecuencias muy dañinas por los ácidos acrílicos utilizados contra la calcificación y el cloro que sirve para destruir los micro-organismos (filo y zooplancton) que vienen con el agua salada.
Estos desperdicios que se verterían al Pacífico, donde el cloro –con sustancias orgánicas– genera el venenoso hidrocarburo clorado, afectarían la riqueza hidrobiológica y la fauna marina. También perjudicaría a los pescadores artesanales de Islay, Mollendo y Matarani. Se entiende, entonces, por qué los tranquilos ciudadanos de Santa Clara (California) destruyeron su planta desalinizadora en construcción y por qué hoy esas instalaciones parecen fortalezas. Por ello, habrá que esperar notorias innovaciones tecnológicas para eliminar las externalidades negativas de la desalinización.
Mientras tanto, es indispensable que se haga un nuevo estudio de impacto ambiental, analizando las consecuencias que derivan de plantas desalinizadoras que ya funcionan en el país (como Cerro Lindo de Milpo). Y, como bien ha señalado el equipo de Convoca, la empresa también debe presentar un estudio de factibilidad para determinar si “la planta tendrá la capacidad para procesar el mineral que se explotará, sin que luego la minera use al agua del río”.
Además, este sistema de desalinización requiere una cantidad enorme de energía, no solo por la alta presión que insume la ósmosis, sino especialmente porque se tendrá que bombear el agua industrial hasta los 1.050 metros de altitud, donde se ubicaría la planta de lixiviación. Ese caudal sería propulsado, a base de dos bombas adicionales, por unos tubos que recorrerían unos 30 kilómetros hasta llegar a esa altura. Ahí otras dos plantas menores de ósmosis transformarían parte del líquido industrial en agua desmineralizada y, en menor medida, en agua potable.
Así, el mayor costo variable de la desalinización correspondería a la energía, ejerciendo una tremenda presión sobre la hidroeléctrica (Matarani), llevando a incrementos de precios o al racionamiento, que perjudicaría a las familias de la zona, más que a la minera. La solución consistiría en establecer una fuente de energía renovable, sean paneles solares (en los que la industria arequipeña es experta y que los israelíes usan para la desalinización) o modernos molinos de viento. Esos equipos se instalarían en las alturas de las colinas existentes entre la pila de lixiviación y el mar. Sería una valiosa contribución de la Southern. Ciertamente, habiendo escalado a nivel sociopolítico, la conflictividad reinante en la región ya no se puede resolver solo con discusiones y resoluciones técnicas.