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Manual del gobierno débil

“Al pacto en el Perú se le ha atribuido una connotación negativa (“repartija”)”.

Mario Saldaña

4/4/2024 05H33 - ACTUALIZADO A 4/4/2024 05H33

De concretarse la culminación del régimen Boluarte en el 2026 (hecho no del todo seguro), dicho hito podría significar (escenario optimista, porque la crisis política podría seguir agudizándose) el cierre de uno de los decenios de mayor inestabilidad y degradación política de nuestra historia.

¿Cuál es el denominador común del lapso 2016-2026? Alta fragilidad y pérdida acelerada de legitimidad del Ejecutivo y Legislativo. ¿Por qué causas? A mi juicio, varias, pero entre las principales están, por un lado, la consolidación de los llamados “emprendimientos políticos grupales o individuales” por sobre la idea (acaso ya trasnochada) del concepto tradicional de “partido”, que hace inviable la suscripción de pactos sólidos en pro de la gobernabilidad y con visión de país, incluyendo reformas y políticas públicas.

Y, del otro, un sistema político/electoral nefasto, que premia la hiperfragmentación en pequeñas organizaciones políticas con muy poca representatividad y garantiza la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas por un quinquenio (lo que tampoco es seguro) o, mejor dicho, que regala “cheques en blanco”.

Viendo en perspectiva las cosas entonces, un(a) presidente(a) en el Perú sin mayoría congresal y/o sin partido que le respalde en el Parlamento, y menos con capacidad propia de movilización social, debería conducirse bajo algunas pautas mínimas. En primer lugar, pactar. Y hacerlo explícitamente con las organizaciones con las que haya más afinidad programática o ideológica o, al menos, con aquellas con las que sea más simple superar diferencias. Javier Milei lo acaba de hacer en Argentina. Por algún motivo, al pacto en el Perú se le ha atribuido una connotación negativa (“repartija”). Una cosa es negociar una ventaja personal o grupal y otra es ponerse de acuerdo en la gestión de la cosa pública, esencial a la política.

Luego, mantener a familiares, amigos de la vida, amigotes por conveniencia (incluyendo aportantes de campaña y cariñosos regaladores de joyas), camarillas y demás a una distancia prudente del gobernante y del gobierno. Si el mandatario en su momento guardó esqueletos en el clóset de su vida privada (me refiero a hechos de –o interpretables como– corrupción), es fundamental que los exhiba y haga control de daños antes del inicio de la gestión; caso contrario, va a agregar una contingencia adicional a su propia debilidad.

Y lo más importante: hacer el máximo esfuerzo por contar con los mejores y no con los peores, especialmente si saben o cuentan con más experiencia que el propio presidente y/o sus partidarios.

Mario Saldaña C. es Periodista

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