Si la presidenta Dina Boluarte personifica a la nación (pues así lo dice la Constitución), el ministro del Interior, Juan José Santiváñez, es un buen referente del Gabinete y, podría decirse, lo personifica.
En el caso del ministro, no tenemos una norma que lo establezca. Aquí es la realidad la que nos dice que, si queremos sacar la media de los ministros de esta gestión (y por ‘media’ me refiero a aquellos titulares de carteras que no pasan por debajo del radar), Santiváñez es uno de los referentes.
En lugar de reclutar a un experto en combatir la inseguridad ciudadana o a un político con capacidad de convocar a los mejores cuadros para ello, la gestión Boluarte optó por un abogado (exsocio del primer ministro) especializado en defender policías.
Mientras los robos y la extorsión se imponen en las calles del país, Santiváñez y, por lo tanto, nuestro gobierno, se ha enfrascado en una pelea con la fiscalía que no parece apuntar a una defensa del interés público, sino, más bien, al de su jefa.
La fiscalía opera deficientemente y requiere reformas. Pero no parece ser este gobierno, ni mucho menos el titular del Mininter, el que tenga la legitimidad para plantearlas.
Hace un tiempo que en los medios se discuten más temas legales que políticos. La aplicación de la ley es relevante y todos tenemos derecho a defendernos.
Pero la discusión jurídica sobre el presunto audio de Santiváñez en un chifa ha adquirido dimensiones absurdas.
En lugar de tener un debate político sobre si el perfil del ministro envuelto en estos menesteres es el adecuado para el país, nos hemos topado con una discusión procesal penal sobre la validez de la prueba y una serie de tecnicismos legales absolutamente irrelevantes para lo que el país necesita en ese sector.
La permanencia y el apoyo explícito al titular del Mininter por parte de la presidenta y el jefe del Gabinete evidencian su medianía y prioridades.
La mandataria no se ha comprado mayores pleitos en su gestión, pues su intención es sobrevivir y, para ello, depende del Congreso. Pero en este caso se la está jugando.
Que lo haga dice mucho de ella y, sobre todo, de sus debilidades. El tiempo y quizás la justicia revelarán qué hay atrás de ese abrazo y respaldo.
Ser ministro de Estado no es lo que era antes. Desde la llegada de Pedro Castillo, se ha acentuado que el talento técnico y político sea la excepción entre aquellos que lucen un fajín.
Con tanto rumor en las últimas semanas sobre posibles cambios en el Gabinete y con lo precaria que es esta gestión, no olvidemos que siempre podemos estar peor.