Cuando parecía que la sensatez iba a reemplazar a la intemperancia en el Gobierno, el presidente Castillo anunció sorpresivamente la flamante incorporación de Ricardo Belmont como asesor en el Despacho Presidencial. Lo que para algunos ha sido un sabotaje o un autogol es, en mi opinión, evidencia de la tensión o indecisión que habita dentro de un mandatario que hace apenas unos meses comulgaba, en gran medida, con mucho de lo que se le critica a su nuevo fichaje.
El jale de Belmont, alguien cercano a Vladimir Cerrón, puede ser visto como un movimiento del presidente por desmentir una supuesta moderación y equilibrar la línea dentro del Gobierno. Sea o no un gesto hacia el líder de Perú Libre tras una semana tensa en la que el partido anunció que le daría la espalda al nuevo Gabinete, es, sin duda, un mensaje opuesto en muchos sentidos a lo que representa Mirtha Vásquez en la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) y otros en el Gabinete (como Salud y la campaña de vacunación que se viene desplegando para horror de Belmont). Pero no es algo contradictorio necesariamente con lo que representa el partido, Cerrón o, incluso, el propio Castillo.
Para un candidato que fue criticado por sus declaraciones misóginas, homofóbicas y xenofóbicas (esto último incluso ya como presidente), y que hasta una fecha tan reciente como el 30 de diciembre del año pasado prometió indultar a Antauro Humala (como se lo recordó el efímero Bellido hace poco), no se trata de un sabotaje. Revisando el capítulo sobre la izquierda escrito por Jonathan Castro en el libro “Minicandidatos”, queda clara la comodidad de Belmont en la órbita tanto del presidente como del partido, con quienes comparte una agenda extremadamente conservadora en lo social.
Diversos gestos del presidente en las últimas semanas sugerían que entendía que la agenda que planteó en campaña y que el partido defendía tenía que quedar atrás. Sin embargo, como adelanté en la alusión en el título, la relación se asemeja a la que describe Samantha Schweblin en la excelente novela del mismo nombre (cuya adaptación al cine ha estado en manos de Claudia Llosa y que se encuentra ya disponible en Netflix). En el relato, la distancia de rescate es una distancia variable que la madre calcula para saber qué tanto necesita para llegar a tiempo a salvar a su hija (no es ‘spoiler’, por si acaso). Es un intervalo o trecho que provoca tensión cuando se extiende mucho. Como entre el presidente y el candidato, digamos.
Es una posibilidad que la reprimenda pública de Perú Libre por conformar un “Gabinete caviar”, que revela una “incoherencia principista”, haya alarmado al presidente, temeroso de verse políticamente expuesto en el Congreso. Con la negativa del ala cerronista a reunirse con Mirtha Vásquez, el presidente pierde el colchón que le podía dar cierta tranquilidad con miras al voto de investidura. Con la excepción del congresista Bermejo, quien parece haber cobrado peso propio dentro de Perú Libre, hay un grupo importante de votos con los que, al parecer, el Gobierno ya no puede contar.
Pero hay también un hilo invisible, una distancia de rescate que se tensó con la formación del nuevo Gabinete y que ha empujado a Castillo a buscar a alguien como Belmont, que tan solo unos días antes le había “aconsejado” volver a ser el “hombre sano” que alguna vez vio en él. Castillo parece ser consciente de que alguien como Belmont no podía ser presidente del Consejo de Ministros, como se rumoreó en algún momento, pero también debería considerar dejar de asociarse con personajes que poco le pueden ofrecer políticamente, así como de promesas de indulto inviables que ningún favor le harían a su Gobierno, así hayan estado alineados con los mensajes que alguna vez desplegó en campaña.