La mayoría de economistas coincide en que la gran reducción de la pobreza en las últimas décadas, de más de 50% de la población a 20% justo antes de la pandemia, se debe fundamentalmente al crecimiento económico. El Banco Mundial, en su reciente informe sobre la pobreza en el Perú, “Resurgir fortalecidos”, le atribuye el 85% de la reducción. Pero decir que el crecimiento es la causa de la reducción de la pobreza es como decir que el exceso de grasa es la causa de la obesidad. Ambas son expresiones de un mismo fenómeno.
El crecimiento económico, tal como se lo calcula convencionalmente, es la variación porcentual del producto bruto interno (PBI) de un año a otro. El PBI es una medida del tamaño de la economía. Representa, a la vez, el valor de todos los bienes y servicios finales producidos en un año, la suma del valor agregado en cada etapa del proceso de producción en las distintas actividades económicas y el total de los ingresos percibidos por la población (en la forma de remuneraciones, alquileres, dividendos y otros). Si tuviéramos información precisa y exhaustiva sobre todas las actividades económicas, las tres formas de medir el PBI darían exactamente el mismo resultado.
Como es evidente, el crecimiento económico es lo mismo que el aumento de los ingresos de toda la población. Más aún: el crecimiento económico es solamente un registro estadístico del aumento de los ingresos de la población. No es su causa. Y si la reducción de la pobreza significa un aumento en los ingresos de una gran parte de la población, suficiente para cruzar la línea de pobreza, el crecimiento tampoco puede ser la causa de la reducción de la pobreza. La causa hay que buscarla en las condiciones que hacen posible el aumento generalizado en los ingresos.
Esa causa ha sido, entre nosotros, el “modelo económico”, que es mucho más que la estabilidad fiscal y monetaria a la que suele circunscribírselo. La estabilidad fiscal y monetaria ciertamente es importante para estimular el ahorro y la inversión. Pero también son importantes el respeto a los contratos y la propiedad privada, la apertura al comercio internacional y la inversión extranjera y –”last, but not least”– la libertad para fijar los precios de acuerdo con la oferta y la demanda (en otras palabras, la falta de controles de precios para la gran mayoría de productos).
Son estas condiciones, que han prevalecido, mal que bien, desde hace 30 años, aunque últimamente estén un poco en entredicho, las que han avivado la iniciativa empresarial de millones de peruanos. Basta ver cuántas empresas se crearon a lo largo y ancho del país para darse cuenta de que la gente fue descubriendo necesidades insatisfechas y encontrando la manera de satisfacerlas para aumentar, de paso, sus propios ingresos. Por eso, hasta hace poco, teníamos cada año menos pobres; por eso, también, los pobres estaban cada vez más cerca de dejar de serlo.
El crecimiento económico es bueno, sí. Pero no olvidemos que es solamente un reflejo de lo que la gente es capaz de hacer por sí misma cuando el sistema económico lo permite.