La excanciller Elizabeth Astete ha enredado al presidente Sagasti en un problema del que él todavía no consigue zafarse. O no del todo, por lo menos. Como se recuerda, un mes atrás, la antigua titular de Relaciones Exteriores tuvo que renunciar al cargo que ostentaba al conocerse que había sido una de las inmunizadas VIP con el lote “extra” de vacunas de Sinopharm, y poco después fue incluida en la investigación de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales del Congreso al respecto.
Pues bien, según hemos sabido esta semana, en el descargo que la señora Astete remitió a la mencionada Subcomisión, aparece una afirmación que abre interrogantes inquietantes sobre quiénes en el Ejecutivo estaban anticipadamente enterados de lo que ella estaba por hacer. “Convencida de la regularidad del proceso de inoculación, al término de una reunión del Consejo de Ministros celebrado el 21 de enero del presente año, le[s] informé al presidente y a la ministra Mazzetti las razones por las que tenía pensado vacunarme”, señaló la exministra en su testimonio. Y con ello, colocó al actual jefe de Estado en un trance espinoso, pues no olvidemos que hablamos del mismo personaje que, al destaparse el escándalo de la vacunación furtiva de tantos miembros de su gobierno, sentenció: “Me siento indignado y furioso por esta situación”.
–Sueño de Estambul–
En consecuencia, si lo relatado por la señora Astete fuese cierto, la indignación y la furia presidenciales se revelarían impostadas, y el descubrimiento de que no hubo una reacción oportuna para impedir el desmán acabaría incendiando la pradera. Por eso, lo que se necesitaba de parte del mandatario en este contexto era un mensaje claro y distinto que desmintiese la especie. Pero lo que hemos obtenido ha sido, en cambio, una emisión de gases aturdidores.
Lo que uno habría esperado, en efecto, es una declaración del mismísimo presidente Sagasti que, mirando a la cámara, dijera: “a mí la excanciller Astete jamás me informó que tenía pensado vacunarse”. Pero parece que el jefe de Estado no solo es aficionado a Vallejo, sino también a Eguren, así que desde el pasadizo nebuloso, cual mágico sueño de Estambul, nos mandó decir en un comunicado de la Secretaría de Comunicación Estratégica y Prensa de la Presidencia de la República (la profusión de innecesarias mayúsculas, dicho sea de paso, habla de la dudas que tienen los integrantes de esa secretaría sobre la importancia de su tarea) que “es falso que el señor presidente de la República, Francisco Sagasti, haya autorizado o dado su consentimiento para la vacunación irregular de la exministra”. Y también que: “El jefe de Estado desconocía la existencia del lote irregular de vacunas de Sinopharm”.
El documento enviado por la antigua canciller a la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales, sin embargo, no menciona solicitud de autorización o de consentimiento alguna. Solo dice que ella “informó” al mandatario sobre sus intenciones. Anota también en su testimonio la exministra que ella estaba “convencida de la regularidad del proceso de inoculación”, por lo que la precisión sobre el “desconocimiento” de la existencia del lote irregular de vacunas de parte del presidente viene sobrando: la señora Astete no podría haber incluido en su reporte lo que ignoraba.
El comunicado, en suma, no permite descartar que Sagasti supiera que la ministra de Relaciones Exteriores de su gobierno estaba por vacunarse y eso es un problema.
Lo es, sobre todo, porque la omisión de información o la patada para el córner cuando las papas comienzan a quemar son prácticas ya conocidas de esta administración. Recordemos, si no, el argumento que el jefe de Estado sacó a relucir a fines del año pasado, cuando se descubrió que su antecesor, Martín Vizcarra, había mentido acerca de la compra de vacunas y le preguntaron por los responsables de ese desaguisado. “Si nos ponemos nosotros a buscar responsables de quién fue que hizo esto y en qué se equivocó, nos van a pasar los cuatro meses de gobierno en eso”, proclamó Sagasti en un intento bastante grueso de apartar los reflectores de la entonces titular de Salud, Pilar Mazzetti. Y ya vimos cómo acabó eso...
Si a esa morosidad en materia de datos esenciales le agregamos, además, la proverbial dificultad del mandatrio para comunicar cosas simples –qué está permitido y qué no durante una cuarentena, cuándo llegan exactamente qué vacunas al país, etc.– el resultado es letal: una población que sospecha, quizás sin verdadero motivo, de la existencia de una complicidad de Palacio en la obtención de un privilegio indebido. Y una turba de congresistas que quiere montar una asonada a partir de esa sospecha, sin importar lo que pueda haber en ella de cierto.
–Parece bruma…–
Semanas atrás propusimos en esta pequeña columna el título de “Conde de Niebla” para el actual jefe de Estado. Lo de “conde” por razones obvias y lo de “niebla”, también.
Y ahora que nos parece distinguirlo montado sobre su caballo y a punto de hendir la bruma con su bastón de mando para internarse en ella más de lo que ya estaba, no podemos sino reafirmarnos en nuestra intuición y desearle suerte, porque esas incursiones en la calígine son siempre de pronóstico reservado.