Mientras el ministro Pedro Francke descartaba que la Constituyente esté en la agenda del Ejecutivo desde Estados Unidos, Guido Bellido lo corregía casi inmediatamente ratificando que la Constituyente se mantenía en los planes del Gobierno. Mientras cancillería, a través de su viceministro, comunicaba que no reconocía a ninguna autoridad legítima en Venezuela, Guido Bellido arremetía por Twitter desconociendo las palabras del funcionario de Exteriores.
Según el artículo 123 de nuestra Constitución, el presidente del Consejo de Ministros es el portavoz autorizado del gobierno y coordina las funciones de los demás ministros. Si eso es cierto, las contradicciones entre Guido Bellido y sus ministros nos muestran un Gabinete que, más que un politburó funcionalmente ensamblado, es un continuo y desgastante mentís: una declaración constante que desmiente afirmaciones o niega su veracidad.
Al continuo mentís se le agrega una buena dosis de improvisación como lo fue toda la campaña presidencial de Castillo, inundada de torpezas pueriles. Allí donde sus antecesores habían decidido no ser tan específicos, en las actas del Consejo de Ministros, este Gobierno decide recrearnos todas las escenas, y aquello que podría parecer saludable para la transparencia se convierte en un esperpento donde el presidente casi ni interviene, más allá de generalidades, convirtiéndose en un espectador de los intercambios liderados por Guido Bellido, como lo reveló la unidad de investigación de Latina. Ministros que median en temas que escapan a sus carteras. Todos parecen reclamar que no existe una estrategia de comunicación para hacer frente a los golpes de los medios, casi que se le reclama al presidente que se les explique cuál es la estrategia. La estrategia parece nunca llegar y, como sucede cada vez que se los ha enfrentado con revelaciones audaces, el Gobierno ha optado por callar. Si la estrategia es callar ante los ataques que consideran injustificados, va a ser bastante revelador conocer el contenido de las actas de setiembre (si optan por continuar narrando detalladamente las sesiones), donde podremos encontrar las posturas del ministro de Justicia y del presidente del Consejo de Ministros en torno del asunto de los restos del cabecilla terrorista Abimael Guzmán.
¿Había algo peor que le pudiera pasar a la izquierda política peruana en el 2021 que no haber ganado la elección? Sí, ganarla y mostrar estas precariedades, elegir al cogollo con el que van a gobernar como lo haría cualquier círculo mercantilista de derecha. Usualmente, la izquierda peruana siempre criticó que la derecha tecnocrática había capturado el estado, que había inaugurado las puertas giratorias y que se habían alejado de las auténticas aspiraciones populares. El drama para nuestra izquierda política es que, si el Gobierno de Castillo termina por fracasar en sus reformas atropelladas, una gigantesca oportunidad para construir un gobierno que recoja las verdaderas aspiraciones regionales será desperdiciada. ¿Se podría haber construido un Gabinete reformista y, al mismo tiempo, regionalista? Por supuesto, nadie hubiera objetado nada si el presidente Castillo convocaba un equipo de bases regionales con experiencia. Pero ese no fue el caso y el presidente prefirió distribuir poder entre aquellos que, sabiendo que no tenían las capacidades para el cargo, le habían sido leales.
¿Qué mantiene en esta meseta de mediana popularidad al presidente Castillo? No podrían ser ni sus polémicos e injustificables nombramientos, ni sus obviedades y generalidades, ni tampoco el efecto de sus medidas económicas o sociales. Lo sigue manteniendo a flote la impopularidad y antipatía de sus opositores que, en lugar de atacar tantísimos flancos libres, prefieren seguir victimizando al presidente, criticando no sus medidas económicas, sino su vestimenta y la de su esposa; no su indefinición para disponer del cuerpo del cabecilla terrorista Abimael Guzmán, sino la teoría de la inexistencia del cadáver. De los mismos creadores del fraude electoral, llegó hasta nosotros el “muestren el cadáver”. Las fijaciones racistas y paranoicas le dan aliento a un Gobierno sin brújula. Así, al Gabinete mentís y al presidente espectador los acompañan, como es necesario para que sobrevivan políticamente, una oposición infantil.