En su biografía “Little did I know: Excerpts from memory”, el filósofo y crítico cultural Stanley Cavell recordaba que, en un viaje a California, donde sus padres exiliados en los Estados Unidos se trasladaron en busca de trabajo, encontró un frasco agujereado, de esos que usan los niños para preservar insectos. Cavell, que por décadas ejerció la cátedra de Estética y de Teoría General del Valor en Harvard, cuenta que lo abrió y empezó a llenarlo con una serie de objetos encontrados a su alrededor. Entre ellos, una rama, hojas secas, diferentes tipos de piedras, la envoltura de un caramelo, una canica, una tapa de soda, una estampilla duplicada de su colección que llevaba en el bolsillo, entre otros “tesoros” más. Luego de guardarlo en un lugar seguro, entre los árboles, escuchó un débil murmullo a una frecuencia que tan solo él podía captar.
Como muy bien lo ha corroborado Christopher Benfey, quien hace poco reseñó parte de la magnífica obra del autor de “Pursuits of Happinness”, el frasco de vidrio de ese niño de nueve años era ni más ni menos que una cápsula del tiempo. De lo que es posible deducir que el misterioso murmullo registrado por Cavell, que años después dirigió su atención al lenguaje cotidiano y a las motivaciones del ciudadano de a pie, puede ser visto como una metáfora del trabajo desconocido y subterráneo de la memoria. Ciertamente, lo ocurrido en ese parque de California, Estado que les negó la oportunidad a una familia de inmigrantes, fue un contacto temprano con lo que nos hace humanos. Y es por ello que cada cierto tiempo regresamos o incluso creamos las huellas físicas y mentales para ubicarnos en un mundo raramente amigable.
En una clave similar a la de Cavell –que entre sus desvelos estuvo descifrar la naturaleza de la justicia sin dejar de lado su fascinación con la música y la máquina de sueños hollywoodense–, Daniel Mendelsohn nos propone un viaje por el territorio de la memoria propia y universal. Una travesía –que tiene como fundamento sus trabajos previos entre los que destaca el recuento de un crucero con su padre por la ruta de Odiseo– que le permitió combinar erudición y sentimientos. Con una estructura “en anillo”, una suerte de cajas chinas, en su libro “Three rings: A tale of exile, narrative and fate” el renombrado prosista nos conduce a través de sus propias digresiones entre las que no falta una mirada valiente a la destrucción y a la muerte (buena parte de su familia murió durante el Holocausto), así como también a la vida y a la inagotable creatividad humana que nunca termina de sorprendernos. Y es que, además de las tres biografías de escritores viviendo el dolor del desarraigo, Erich Auerbach, Francois Fénelon y W.G. Sebald, Mendelsohn regresa a obras como “The Lost” y “The Odyssey” para analizar la aventura humana en la que palabras como giro de la trama, tejido, espiral, enredo, involución o digresión nos remiten a la fragilidad e incertidumbre que nos define como especie. Y es a través de la memoria, y cómo no, la nostalgia, que los refugiados de una historia trágica intentan reconstruir con las palabras –o como fue el caso de Cavell con objetos que le “murmuran” para ayudarlo a marcar su lugar en el espacio– su encuentro con un tiempo vertiginoso y muchas veces aterrador.
Llegué a La Punta luego de dos años y dos meses, de sufrir, como millones de personas, el confinamiento por la peste y de despedir a mi compañero de vida cuando los dos creíamos habernos librado, al menos temporalmente, de la muerte. Me he encontrado con un país polarizado, saliendo de una pandemia que se llevó a cientos de miles de sus hijos y que hoy enfrenta su hora más amarga. Un Estado implosionando debido a una erosión de larga data, la delincuencia que ensaya con la crueldad extrema, el narcotráfico tomando por asalto la capital de la República, el hambre que acecha a miles de compatriotas, la incapacidad de un presidente enredado en sus propios desatinos y de un Congreso que, a estas alturas, representa a una confederación de intereses dispares, entre ellos los delictivos, muestran el epílogo de un tiempo y el inicio de otro, que aún no sabemos cómo será.
Ante ello es importante apelar a nuestra memoria milenaria, pero también al fortalecimiento de nuestros lazos colectivos. A ese murmullo de lo que somos con atisbos de lo que seremos y que esa vocinglería y el odio de este momento de prueba no nos permite escuchar.