Los peruanos no hemos podido encontrar una vacuna que combata al virus que ha infectado al Estado. Este se ha multiplicado al interior de sus instituciones, y nada ha podido reducir la gravedad de la enfermedad que ha causado. Nadie ha encontrado una vacuna, y el Estado se mantiene enfermo, afectando a sus ciudadanos. Un Estado enfermo no puede sumar y colaborar con la transformación y la mejora de la vida de la población. La relación entre el Estado y los peruanos está dañada desde hace mucho.
La pandemia ha dejado más claro que nunca la necesidad y la urgencia de curar a nuestro Estado. Esa cura se traduce en reformarlo, pero la reforma del Estado es un tema que a muchos les suena técnico, abstracto y lejano de las necesidades del ciudadano; lejos de las colas para realizar un trámite, lejos de las medicinas que se necesitan, lejos de la leña para cocinar la comida que no alcanza. Nada más falso, un Estado con instituciones que funcionan impacta positivamente en el día a día de la población. La pandemia ha demostrado que, lejos de ser eficientes, son nuestras propias instituciones las que no permiten gestionar las decisiones que se toman desde el poder en algunos casos. En otros, tampoco toman las decisiones que les corresponde. La pandemia ha demostrado que a nuestras instituciones les cuesta ejecutar. La pandemia ha demostrado que, lejos de servir al ciudadano, el Estado y sus instituciones, algunas veces, le estorba. La pandemia ha demostrado cómo un Estado que no se gestiona adecuadamente puede, incluso, costarnos la vida. Pero esta enfermedad, que ya había sido diagnosticada, ha causado heridas más profundas durante los últimos meses.
Vamos a los hechos: un sistema de salud fraccionado que requirió de un Comando COVID-19 para enfrentar la pandemia articuladamente, un bono que no se pudo cobrar hasta meses después por aquellos que más lo necesitaban para no salir a trabajar en busca de comida, vacunas que no se adquirieron hasta enero de este año tras el cambio de gobierno, etc. La ineficiencia de las instituciones aterrizó en nuestras narices y se estrelló contra nosotros, nos demostró que la necesidad de reformar el Estado no es un tema lejano, sino cercano, que no es un tema de políticos y técnicos, sino un debate que debemos exigir como ciudadanos.
Frente a un Estado que no funciona, la gente vive al margen de él: más del 70% de una población económicamente activa informal lo demuestra. El problema crece cuando la sociedad empieza a sentir que este puede no ser necesario. Pero reformar el Estado en épocas duras como esta puede, aunque suena paradójico, no estar en la agenda de los políticos, menos en plena campaña presidencial. El Perú desaprovechó el crecimiento de años pasados para continuar con las reformas inconclusas que se iniciaron en los años 90. Son tal vez estos periodos los más adecuados para emprender cambios. Para nadie es un secreto que son los países con instituciones sólidas a los que les va mejor, es más, países con crecimiento similares a los que tuvo el Perú, pero con instituciones más eficientes, lograron un mayor bienestar para su gente. Pero no es todo, durante algunos de los años de crecimiento el país incluso perdió competitividad frente a otros por falta de reformas. Lo cierto también es que los candidatos a la presidencia no podrán cumplir muchas promesas de campaña sin cambios previos. El enemigo de nuestro desarrollo ha sido muchas veces el Estado, pero sin Estado tampoco puede haber desarrollo.