Hace algunos días, la CEO de la consultora GenderLab, Marlene Molero, advertía en Twitter: “Van comenzando las menciones al tema mujer en la campaña electoral. La palabra ‘empoderamiento’ sale x varios lados, como si el problema fueran las mujeres y no los factores estructurales que perpetúan y reproducen la desigualdad”. Molero pasaba luego a dar un ejemplo de qué preferiría estar escuchando de los candidatos: en lugar de decir ‘empoderamiento’ sin más, podrían hablar por ejemplo de protección a la maternidad, y discutir, digamos, los derechos de las universitarias que salen embarazadas estudiando o mientras hacen prácticas.
Sin duda la palabra empoderamiento puede ir de la mano con una crítica a los factores estructurales, pero como alerta Molero esta aparece cada vez más frecuentemente completamente vaciada de contenido. Esto no es solo un asunto electoral: el empoderamiento está en publicidades, películas, canciones, redes sociales en general… Hice el ejercicio de buscar hashatags en Instagram con palabras relacionadas (cosa que les recomiendo hacer), y encontré de todo: fotos sobre la nueva serie de Sex and The City, selfies (¡cuántos selfies!), mensajes como “se vale borrón y nuevas vibras” o “toma tu corazón roto y conviértelo en arte”. También pueden encontrar una cuenta de uñas empoderadas (unas_empoderadas) y una de ropa para mujeres embarazadas (embarazadas_empoderadas).
En el 2018, la hoy profesora de London School of Economics Sarah Banet-Weiser publicó el libro “Empowered-Popular Feminism and Popular Misogyny” (en español, se traduciría quizás como ‘Empoderados- Feminismo Popular y Misógina Popular’, una traducción que no viene sin problemas por la historia que tiene el feminismo popular en la región…en fin, esa es una discusión para otro momento). Aunque el libro se refiere básicamente al contexto estadounidense y europeo, esta reflexión sobre la popularización del feminismo (entendida entre otras cosas como la visibilidad mediática y como popularidad) nos permite también pensar en lo que producimos y consumimos en el Perú. Y a pesar de que no creo que sea el caso para todos los lectores de esta columna, sin duda algunos estarán de acuerdo con que “se siente como si en cualquier lugar al que volteas, hay una expresión de feminismo: en un polo, en una película, en la letra de una canción pop, en un post inspiracional de Instagram, en el discurso de una ceremonia de premiación”.
Quizás una de las ideas principales que podemos llevarnos del libro –y que aplica tanto a las campañas electorales como en general– es la necesidad de tener una aproximación crítica a todo aquello que se llama a sí mismo feminista. Algunas preguntas aquí podrían ser: ¿cuál es la idea de ‘mujer’ que está detrás del mensaje en cuestión? ¿Es una idea realmente inclusiva? ¿A qué exactamente se quiere ‘empoderar’ a esa mujer? ¿Y cómo exactamente se plantea ‘empoderarla?
No se trata de considerar, por supuesto, que todo el ‘feminismo popular’ es vacío ni mucho menos: Banet-Weiser nos llama a pensarlo como un continuo, donde, eso sí, “expresiones más espectaculares, amigables a los medios, como el feminismo de celebridades y el feminismo corporativo encuentran más visibilidad”. Y donde expresiones más críticas, por ejemplo, a “los sistemas de racismo y violencia están más oscurecidas”. Es en este sentido que algunos mensajes circulan más visiblemente que otros. Desde su contexto, Banet-Weiser apunta que “las capacidades de las chicas y las mujeres fomentadas y celebradas por el feminismo popular no son objetables por sí mismas, pero las heridas que movilizan estas capacidades son aquellas que son fácilmente circuladas en una economía de visibilidad: asuntos de imagen corporal, baja autoestima, problemas de confianza. Si el feminismo popular es una economía de visibilidad que se enfoca en estas heridas que pueden volverse más visiblemente circuladas, entonces otras heridas –por racismo, transfobia, homofobia, entre otros– se vuelven menos visibles”. Eso se traduce, de nuevo en su contexto, que otra vez resuena fuertemente con el nuestro, en que “el feminismo popular que es más visible es aquel que es blanco, de clase media, cisgénero y heterosexual”.
La idea, quizás hay que aclararlo, no es una crítica sin más a la popularización del feminismo, que sin duda tiene muchos elementos positivos y que viene con diferentes grados de “fondo” y que podemos además recibir con opiniones ambivalentes. Ese me parece más bien un llamado a no contentarnos con que alguien simplemente se ponga el polo (el pin, el gorro, el hashtag) del feminismo.