No estaban muertas, estaban hibernando. Las bancadas de oposición del Congreso han empezado a mostrar esta semana signos vitales y a librar las primeras escaramuzas de una batalla por la preservación de la democracia que desde hace tiempo un extendido clamor ciudadano les reclamaba encabezar.
Tras asegurar que la Mesa Directiva del Legislativo no cayera en manos del gobierno, tales bancadas parecían haberse sumido, en efecto, en una especie de letargo que hacía temer que el avance hacia el régimen a la venezolana que se nos quiere imponer no encontraría resistencia eficaz de su parte. La semana pasada, sin ir muy lejos, observábamos en esta pequeña columna el aturdimiento que parecía dominarlas a propósito de la morralla ministerial que el profesor Castillo nos ha colocado por delante, pues ante las preguntas de la prensa sobre lo que pensaban hacer al respecto, sus voceros solo atinaban a murmurar respuestas vagas y sin convicción.
En los últimos días, sin embargo, los grupos opositores presentes en el Parlamento darían la impresión de haber despertado al son de las estridentes “mañanitas” que sus votantes les venían cantando hace semanas, para esbozar los movimientos iniciales de una partida de rudimentario ajedrez que promete ser larga.
—Codos y caninos—
Como se sabe, gracias a las negociaciones entre Acción Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular, Podemos Perú, Fuerza Popular y Avanza País, las presidencias de comisiones fundamentales para poder fiscalizar la gestión de Perú Libre no cayeron en manos del oficialismo. Nos referimos a las comisiones de Constitución, Presupuesto, Defensa, Inteligencia y Relaciones Exteriores, entre otras. Y el intento del jefe de Estado por ejercer presión para revertir los acuerdos consagrados por la votación mayoritaria en la Junta de Portavoces recibió la discreta exhibición de caninos que correspondía. ¿O alguien cree que la obstinación del mandatario por conservar intacto el Gabinete de afrenta que nos ha infligido merecía algo parecido a un ofrecimiento de la otra mejilla?
El número de la “visita protocolar” a la Mesa Directiva del Congreso, sazonado con efectos especiales provistos por la bancada de Perú Libre en la puerta del Palacio Legislativo, fue respondido con una despedida –igualmente protocolar– con el codo. Y el profesor tuvo que desandar los pasos que lo habían llevado hasta la plaza Bolívar haciendo grandes esfuerzos por no abanicarse con el sombrero para aliviar el bochorno.
No ha sido ese, no obstante, el único gesto que anuncia la disposición del bloque opositor por ajustarle determinadas tuercas al Ejecutivo. También ha aprobado esa espontánea coalición la conformación de una comisión investigadora de lo sucedido durante los días en que el presidente Castillo no despachó en Palacio y ha presentado un pedido para interpelar –antes de la comparecencia oficial del premier Bellido en el hemiciclo– al ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Béjar: un penoso enfajinado que arrastra el lastre de haberse levantado en armas contra el gobierno democrático del arquitecto Fernando Belaunde en 1965, que no oculta su devoción por las satrapías venezolana y cubana, y que hace poco proclamó su luminosa convicción de que Sendero fue “en gran parte obra de la CIA”.
Todo indica, además, que a esa primera interpelación la seguirán otras de igual sustancia, pues en las carteras repartidas hace dos semanas abundan los titulares que no dan ni para suplentes.
El bloque opositor que nos ocupa, sin embargo, tiene que proceder con cuidado. A diferencia del cerronismo, que se ha aventado sobre el buffet del poder ni bien lo ha tenido a la vista, sus integrantes harían bien en cumplir la responsabilidad que tienen entre manos con algo de mesura, astucia y modestia: tres virtudes que históricamente han escaseado en nuestras representaciones nacionales.
–Guerra de guerrillas–
Es evidente que el morro que el gobierno se gasta en cada uno de sus intentos de avasallar el orden constitucional produce irritación. Pero no por eso las bancadas opositoras deberían caer en la tentación de enfrentarlo en una guerra total. Lo sensato, más bien, sería hacerlo en una guerra de guerrillas (de hecho, habría una cierta ironía en que Béjar terminase cayendo como consecuencia de una dinámica de ese tipo). A pesar de que no la merece, no tendría ningún sentido, por ejemplo, negarle la confianza al Gabinete Bellido. O lanzarse de pronto a perseguir la vacancia presidencial porque el profesor usa liquiliqui.
No pueden estos congresistas que recién se desperezan, por lo tanto, tratar de dispararle ahora a todo lo que se mueva. Lo que les toca es acometer solo los combates que realmente contribuyan al propósito central de esta cruzada –esto es, a preservar la democracia– y en los que sus probabilidades de éxito sean altas. Pero, sobre todo, les conviene actuar cultivando una cautelosa variante de aquello que el general José María Córdova les dijo a sus soldados antes de la batalla de Ayacucho: ¡Armas a discreción, paso de procesión!