El discurso presidencial por Fiestas Patrias de este año será recordado como inusual. Quebrando la norma, Pedro Pablo Kuczynski se expresó en forma clara y directa. Insisto: esto es algo muy raro dentro de nuestra historia política reciente. No se refirió a “alguienes”, ni nos desconcertó con el penoso léxico de su predecesor. Bien por el país, las formas son importantes. Pero ¿y el fondo?
El fondo en todo discurso no coartado es el reflejo de lo que piensa o quiere transmitir el disertante. En este caso, en un tono cansino, el presidente reafirmó que está tajantemente comprometido en hacer lo que ofreció un año atrás… y no cumplió.
Con esa perorata sus colaboradores temporales declararon estar felices y satisfechos. El resto de peruanos… no. Pero no se confunda. En nuestra política presidencialista, en la que los discursos son el espacio ideal para anunciar estropicios que nos cuestan décadas de retroceso (estatizaciones, confiscaciones, moratorias y ofertas absurdamente populistas, mercantilistas y socialistas), un mensaje a la nación muy aburrido puede ser hasta un alivio.
Aquí solo destacaremos una idea sencilla: el discurso no dio la talla. Encuentro, por ejemplo, poca verosimilitud de que este gobierno destrabe masivamente la inversión privada o que le dé el apoyo financiero e institucional que se requiere para una completa reconstrucción con cambios.
Además, conspira orquestadamente la ideología –izquierdista– de los más conspicuos colaboradores –y opositores– del régimen. Así las cosas, resulta abrumadoramente previsible que se continúe con la receta del gobierno anterior: adquirir deuda muy cara, elevar regulaciones e impuestos y tomar no tan discretamente fondos de los ahorros previsionales privados.
Nótese aquí lo espinoso que es enfrentar internamente visiones burocráticas temerosas y cada día más estatistas junto a las crecientes necesidades de una burocracia pituqueada. También es difícil que la actual administración pueda sortear las mezquindades políticas y financieras a todo nivel (que son enemigas de que la reconstrucción con cambios sea exitosa y sus artífices presidenciables).
De la mano con la verosimilitud de que se vuelvan a incumplir promesas, el discurso no nos esperanzó por una poderosa razón: no enfrentó claramente problemas de corto y largo plazo. Con ello –milagros afuera–, no dibujó nada parecido a un escenario optimista. En el corto plazo, donde los problemas nos tocan el timbre con irritación, las soluciones existen. Pero no se tocaron en el discurso. Una muestra nos la dan las huelgas de maestros y médicos. Ambas, por supuesto, a punto de avasallar a esta desconcertada y enclenque combinación de ppkausas y fujimoristas.
En el caso de los profesores, es menester depurar las planillas con exámenes de capacidad docente a cargo de alguna consultora internacional. También, de acuerdo con esto (luego de haber materializado los despidos), se deben aplicar los aumentos a los que hubiera lugar para retener y atraer profesionales capaces y motivados. La solución implica más maestros capaces y menos burócratas y activistas. Pero sin estos ahorros no podrá haber aumentos.
En el caso de los médicos estatales, el financiamiento de la mejora de condiciones debe provenir de aplicar inmediatamente medidas sensatas (como la venta de activos estatales suntuarios o la reducción –a la décima parte– de los gastos en publicidad y comunicación en todo el sector público). Aquí también, no sin antes depurar a los cientos de médicos corruptos e incapaces en el Estado.
Así como en el corto plazo, nuestro deterioro en tendencias de largo plazo tiene salida. Acciones en las que el discurso presidencial tampoco se enfocó. Por cuestiones de espacio, a ellas me referiré –Dios mediante– dentro de un mes, en esta misma columna.