“Tal vez esto es lo que los semidioses de Silicon Valley han estado soñando todo el tiempo. Un cambio profundo en la relación entre los seres humanos, una voltereta de lo real a lo virtual”, señaló Douglas Rushkoff, autor del extraordinario libro “Team Human”, refiriéndose al anuncio de Mark Zuckerberg este último jueves. En un salto hacia adelante, que para algunos de sus críticos es una simple evasión frente a las graves acusaciones de manipulación de información que se ciernen sobre él y su tambaleante imperio, Zuckerberg nos presentó el ‘metaverso’.
El admirador de César Augusto, quien según la periodista Kara Swisher no está preparado para administrar megaproyectos y es, además, reacio a la crítica y a asumir responsabilidad por sus actos, nos promete un universo virtual. Uno en el cual estudiar, trabajar, hacer ejercicios, ir de compras e incluso visitar amigos dependerá del uso de un buen par de gafas virtuales. Respecto a ello, muchos han recordado series o películas que ya anunciaban este futuro surreal y sus consecuencias, como es el caso de “Black Mirror” o la más reciente “Ready Player One”, donde los habitantes de un planeta al borde del colapso encuentran su escape en Oasis, una realidad virtual creada por un excéntrico millonario.
Mientras el avatar de Zuckerberg caminaba por mundos imaginarios, a los que probablemente muchos escapen en estos tiempos de peste, se me vino a la mente esa fascinante película de Woody Allen: “La rosa púrpura del Cairo”. Ahí el personaje de Mia Farrow, una mujer abusada y económicamente carenciada, se vuelve adicta a las películas y es así, que en plena depresión de 1930 cuando la desocupación y el hambre asolan el mundo entero, entra a una super producción hollywoodense para vivir su fantasía, que es en buena cuenta una suerte de liberación personal. “He encontrado un hombre maravilloso; es una ficción, pero no se puede tener todo” es una de las frases del personaje gris interpretado por Farrow que muestran la línea tenue entre realidad y fantasía y la opción de cruzarla aun sabiendo que la primera siempre se impondrá. Y fue justamente la crudeza de la realidad lo que debió enfrentar Zuckerberg hace algunas semanas cuando colapsó WhatsApp, Instagram, Messenger y Facebook, un hecho que coincidió con una serie de denuncias, incluso en el Congreso de los Estados Unidos, sobre el mal uso de la información que la más importante de sus plataformas obtiene de sus usuarios mediante los algoritmos a los que el “ingeniero social”, que no concluyó su carrera en Harvard, siempre se refiere con orgullo. En el libro “Manipulados” de Cecilia Kung y Sheera Frenkel se mencionan justamente esos algoritmos para dar cuenta de una práctica consciente del conglomerado Facebook, manipular el adictivo “me gusta” y de esa manera rastrear, monitorear y tramposamente rentabilizar de las redes, poniéndolas al servicio de los anunciantes.
En la presentación de su nuevo proyecto Zuckerberg mencionó a los griegos para quienes el prefijo meta alude al “más allá”. Pensemos, por ejemplo, en palabras como metáfora o metafísica que refieren al alto nivel de abstracción de los padres de la filosofía frente a la utilización superficial por parte de una corporación al que se le acusa de usar el eufemismo y la confusión para cazar incautos. Porque será la vuelta a las Humanidades, inventadas junto con el concepto de ciudadanía por los griegos, lo que nos ayudará a confrontar la deshumanización y la erosión del civismo que el abuso de la tecnología ya está causando alrededor del mundo. En ese sentido, Martha Nussbaum señala que las Humanidades preparan a los estudiantes para ser buenos ciudadanos. Primero enseñando el principio básico de la democracia que es escuchar la opinión del que piensa diferente y luego entendiendo la complejidad del mundo, el cual debe ser aproximado mediante el pensamiento crítico, pero, también, con soluciones creativas para sus males. Los griegos y sus herederos se hicieron preguntas sobre los Sísifo empujando la roca, con sus anhelos a cuestas, y las decenas de catástrofes que se les cruzaban inevitablemente en el camino. En las tragedias y comedias griegas nadie recibía gafas virtuales para evadir la realidad que, se sabía, era dura y cruel, sino claves para vivir una vida digna y plena. Enfrentando cara a cara el horror y el sufrimiento, pero también celebrando los pequeños triunfos y alegrías del día a día. Entre ellos darle el encuentro a la realidad para irla transformando de a pocos, aun sabiendo que ello era fugaz. Algo que un robot programado con algoritmos probablemente nunca comprenderá