Los horrorosos y múltiples ataques terroristas de Hamas contra Israel de los últimos días, incluyendo el asesinato intencional de cientos de bebes, niños y jóvenes israelíes, así como la toma de cientos de personas –en su mayoría civiles– como rehenes para usarlas de pararrayos, ofenden y conmueven nuestra humanidad.
¿Un ataque suicida? Sí, en parte porque muchísimos de ellos van a morir como consecuencia de sus bárbaros actos y, lo que más importa, están provocando una reacción que les va a costar la vida a muchísimos civiles ajenos a las decisiones de Hamas.
¿Un error de cálculo de los terroristas? Israel es abrumadoramente más fuerte que Hamas en términos militares y económicos, y cualquiera con dos dedos de frente sabía que la respuesta israelí iba a ser durísima contra los habitantes de la franja de Gaza.
Este novato en política internacional piensa que eso era justamente lo que buscaba Hamas. Aun al precio de la vida de su propia gente, quiere agudizar las contradicciones al máximo entre Israel (y Occidente que lo apoya), fomentando una revuelta palestina y árabe en general.
El primer objetivo es ganar niveles de apoyo importantes entre los palestinos de Cisjordania y –con suerte– quitarle a Al Fatah el poder allí. Buscan desbaratar el acercamiento entre Israel y Arabia Saudita (que por ahora ha quedado congelado). Involucrar a Irán, que figura como el primer sospechoso de haber proporcionado apoyo a Hamas para esta aventura, más todavía cuando el ayatola Alí Jamenei ha dicho: “Estamos orgullosos de los planificadores del atentado en Israel”. Al otro lado de la frontera, ya Hezbolá ha lanzado misiles desde Líbano y amenazado a Estados Unidos con ataques terroristas si se involucran militarmente en apoyo a Israel.
El perverso, pero quizás efectivo, objetivo del ataque de Hamas es remecer un tablero político y militar mundial de precarios equilibrios. Uno que ya viene siendo remecido por la invasión rusa (que también tiene múltiples intereses en la zona, en particular en Siria) a Ucrania (que cuenta con el apoyo de la OTAN y de Estados Unidos). En ese contexto turbulento, es visible cómo China aviva sus aspiraciones de recuperar pronto Taiwán que, a su vez, cuenta con el compromiso de Estados Unidos de garantizar su independencia. Se avivan también las tensiones entre Corea del Norte (que ahora apoya con armas a Rusia) y Corea del Sur, que cuenta con la protección norteamericana.
Estamos ante una renovada tensión global que, de una u otra manera, involucra a los países más poderosos del planeta, incluyendo a la mayoría de los que tienen arsenales nucleares para disuadir, atacar o defenderse.
¿Quién tiene la culpa? Hay cientos de interpretaciones y algunas nos remiten a miles de años atrás, para construir la versión que más convenga.
Pero, a estas alturas, quizás ya no importe quién tenía más razón que el otro o incluso quiénes ganen y quiénes pierdan.
Con lo grave que es que haya tantos arsenales atómicos en juego, lo es muchísimo más que estos conflictos nos están quitando un valiosísimo tiempo para poder dedicarnos en serio, todos juntos, al principal problema del planeta: el calentamiento global. Uno que le pone fecha –y no muy lejana– de caducidad a la humanidad como conjunto.
¿Podrá la energía con la que hoy nos odiamos y matamos ser recanalizada a tiempo para salvar a la humanidad?
Apostemos por ello. Quizás no a los políticos, pero sí a los científicos y a esa otra gran parte de nuestra humanidad que quiere que sus descendientes sigan disfrutando de la Tierra y sus maravillas.
Si no, dentro de algunos cientos de miles de años, desde un lejanísimo planeta con vida inteligente, estudiarán a ese extraño y pequeñito planeta de ese minúsculo sistema solar que había logrado proyectarse al universo con luz propia, tanto que parecía una pequeña estrella. Y querrán averiguar por qué, luego de miles de explosiones, fue perdiendo en pocas décadas toda la luz que irradiaba.
P.D.: Me tomo dos semanas de vacaciones y regreso con mi columna el 2 de noviembre.