Fue en febrero de 1973. Corría raudo el tren que, esa noche, nos llevaba de Moscú a Leningrado (hoy ha recuperado su nombre original de San Petersburgo). Como a eso de la medianoche, Igor Nemira, el traductor que me acompañaba en mi viaje por algunos estados de la entonces Unión Soviética, sacó una bolsa con quesos, jamones y salchichas, abrió otra con frutas, y puso en el centro de la mesita una botella de vodka Moskaya y otra de Coca Cola.
Se levantó del asiento, abrió la puerta del compartimiento, miró hacia la izquierda y hacia la derecha. Luego, rápido cerró la puerta y me dijo: “Bueno, Paco, ahora que no nos oye nadie podemos hablar de marxismo”.
De arranque me puso el parche, diciendo “en Occidente el marxismo ha evolucionado y se ha enriquecido con nuevos aportes, se ha renovado, en cambio aquí está hace tiempo estancado”. Estaba en lo cierto, porque el marxismo en Europa Occidental, e incluso en los Estados Unidos, era y es muy distinto en su contenido teórico y práctico del que se aplicaba en la otrora Unión Soviética.
Este marxismo se enriqueció gracias a otras teorías provenientes de las ciencias sociales y del psicoanálisis. Así como dije en mi artículo sobre el neoliberalismo, que en lugar de tener un partido tiene una universidad, algo similar pasó con los alemanes de la Escuela de Fráncfort, integrada por intelectuales notables como Marcuse, Horkheimer y Schelsky, o también la Escuela de Marburg de Ciencia Política, menos conocida que la anterior.
Surgió el marxismo psicoanalítico de Wilhelm Reich, quien explicó las causas de la conducta autoritaria nazi-fascista, y Erick Fromm, con su famosa obra “El miedo a la libertad”.
En su “Hombre unidimensional”, Marcuse se adelanta a la idea del capitalismo como “pensamiento único”, al demostrar que en este sistema económico los seres humanos hemos sido educados e ideologizados para consumir y producir. Pero también dijo que la clase revolucionaria en Occidente no es la obrera, sino los intelectuales y estudiantes universitarios.
En el país de los galos surgió el marxismo estructuralista de Althusser y Balibar. Francia produjo quizás al neomarxista más genial de todos: Jean Paul Sartre, compañero de la no menos genial Simone de Beauvoir, probablemente la más importante ideóloga del feminismo. Sartre creó un nuevo tipo de marxismo combinando el existencialismo con la dialéctica y el humanismo.
En la medida que evoluciona esta nueva manera de pensar a través de Marx, pero incorporando nuevas categorías conceptuales, surgieron los temas del poder, la democracia y el Estado en las obras de Ralph Miliband, Nicos Poulantzas y Claus Offe. Para ellos, en la democracia burguesa, la clase obrera puede tener poder, siempre y cuando el Estado se independice del control de la clase capitalista.
Como se puede apreciar, el neomarxismo no es de este siglo, nació en el siglo XX, pero ha vuelto a resurgir a través de los aportes de Viviane Forrester, Chantal Mouffe, Alain Badiou, Susan Buck-Morss, François-Nicolas, pero sobre todo del esloveno Slavoj Zizek.
A mi modo de ver, en el Perú, José María Arguedas, Julio Cotler, José Matos Mar, Aníbal Quijano, Carmen Rosa Balbi, Hugo Neira y Sinesio López combinan categorías de las ciencias sociales empíricas con el marxismo. La filosofía social y política de Augusto Salazar Bondy es neomarxista-humanista. En la teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez, el mensaje de Jesús por los pobres se refuerza con las ciencias sociales y algunas categorías marxistas que están inmersas en el pensamiento social.
En nuestro país no hay una expresión política neomarxista, sin embargo, en este siglo, como está sucediendo en otros países, los marxistas y los socialistas democráticos enarbolan otras banderas, sin abandonar la lucha de clases y la crítica a las diversas formas de dominación en el sistema capitalista.
Ahora ellos han salido a defender a las minorías, los migrantes, el medio ambiente, el poder del Estado, una profundización de la democracia, la defensa de los consumidores, la igualdad de género y el derecho de las personas a definir su orientación sexual.
El neomarxismo no tiene nada que ver con aquel semicapitalizado de los chinos, la dictadura familiar coreana, el socialismo vietnamita y el cubano. Tampoco con la dictadura venezolana y otros movimientos populistas de izquierda.