El premio Nobel de Economía Friedrich von Hayek hablaba de las “palabras envenenadas”. Son palabras que tienen el mérito de, añadidas a otras, convertirlas precisamente en su antónimo. Una de esas palabras a las que se refería era la palabra “social”.
Solemos definir “justicia” como dar a cada quien lo suyo. Pero “justicia social”, al menos como se suele entender, es quitarle a cada quien lo suyo para entregárselo a otros.Un “derecho” es una titularidad individual, un elemento básico para definir la personalidad de alguien. El derecho es de la persona, del individuo. Un derecho social es precisamente un derecho de un colectivo, un derecho que no pertenece a ninguna persona en particular. Es un derecho que se diluye en una abstracción. O dicho más claramente, no es un derecho.
La “propiedad social” es la negación de la propiedad. Es justamente decir que la propiedad no existe, porque en realidad lo que es de todos no es de nadie.
“Democracia social” es precisamente la destrucción de un sistema de desconcentración del poder para sustituirlo por populismo totalitario en el que los derechos son avasallados por el colectivo.
Y es que estas palabras envenenadas tratan de apropiarse de la virtud del concepto, pero carcomiéndolo, le quitan su esencia.
Otra palabra que ha sido “envenenada” en su uso es el término “ideología”. Etimológicamente significa “estudio de las ideas”. En una acepción más utilizada, “ideología” es el conjunto de ideas que caracteriza el pensamiento de una persona, colectivo, época o movimiento. Sigue siendo entendido como el producto del pensamiento. Ser “ideológico” debería entenderse como entender y estudiar qué son las ideas. Es usar la facultad de pensar.
Pero en el uso común, en especial en el debate público, se ha envenenado la palabra y se le ha convertido en su antónimo: “su posición es ideológica” o “pura ideología” quieren decir que no se está pensando lo que se está diciendo; que lo que se dice no tiene real fundamento.
Y eso no es patrimonio ni de las izquierdas ni de las derechas, ni de los conservadores ni de los liberales. Unos acusan a los otros de tener posiciones intelectualmente débiles por ser ideologizados, sin darse cuenta que sus posiciones de partida son tan “ideológicas” como las que critican, solo que de signo contrario.
“Ideología” es hoy un término peyorativo. Es sinónimo de ligero, superficial, poco reflexivo y hasta intolerante. Curiosamente “ideología” (que significa un conjunto de ideas) se ha convertido en su antónimo: no tener ideas.
Quizás la explicación del envenenamiento de la palabra tenga que ver con la ligereza del ataque cuando no se tienen argumentos para rebatir. Cuando uno parte de una posición determinada, asume que las únicas ideas que valen son las propias, por lo que cualquier idea distinta es en realidad una ausencia de ideas. Entonces “ideología” se convierte en un sistema sin ideas. Lo que debería ser un piropo (“usted es ideológico”) se ha vuelto una puya.
Así los socialistas acusan a los liberales de ideologizados (me pasa todos los días), mientras que los liberales hacen lo mismo con los socialistas.
En realidad, lo importante no es tanto las ideas que tienes sino cómo llegaste a ellas. ¿Repites lo que has escuchado sin reflexión? ¿O tus ideas son producto de un proceso de razonamiento y estudio auténtico? Si todos partimos de algún sistema de ideas, entonces todos somos ideológicos. El uso del término “ideología” para deslegitimar a nuestro contrincante es una forma de llamar “absurda” su posición. Pero parafraseando a Julio Cortázar lo que llamamos absurdo es, a fin de cuentas, nuestra propia ignorancia.