Doctorado en el MIT, alumno de Paul Samuelson y Robert Solow, George Akerlof inició su carrera académica en la Universidad de Berkeley a los 26 años. En vez de especializarse en lo que entonces se denominaba “alta teoría”, prefirió estudiar los mercados de automóviles de segunda mano, esfuerzo entonces considerado frívolo. Redactó un artículo que lo llevó a una conclusión aparentemente obvia: que los vendedores de vehículos usados tienen bastante más conocimiento del estado y calidad de los carros que vendían que sus compradores potenciales. Lo que hace que la compra de un cacharro de ese tipo sea algo muy riesgoso.
Akerlof envió el artículo a las tres más prestigiosas revistas científicas de economía, cada una de las cuales lo rechazó por el mismo motivo: que no publicaban artículos que trataban “materias tan triviales”. Volvió al ataque, enviándoselo al “Quarterly Journal of Economics”, que se lo publicó en 1970 (un muy buen premio para quien recién cumplía los 30), convirtiéndose en uno de los artículos más citados. ¿A qué atribuir semejante fenómeno, por el que Akerlof recibió el Premio Nobel en Economía 2001?
Su mérito consistió en haber detectado que la información incompleta o sesgada entre agentes económicos que transan bienes y servicios entre sí es más común de lo que se cree, por más libres y competitivos que sean los mercados. Anomalía que se da en los mercados más variados e importantes: en el de los servicios financieros, en que los bancos saben menos sobre la capacidad de pago que los prestatarios; en el de trabajo, en que los empleadores saben poco de las capacidades de los que aplican a un puesto; en el inmobiliario, en que el comprador puede sorprenderse por los defectos de lo que adquirió; en el de los posgrados; en el de los seguros de salud o de vida, que solo tienen un conocimiento superficial de los que optan por una póliza, etc.
De manera que, desde ambos lados, sea del de los vendedores como del de los compradores, existe un gran vacío relativo de información de una de las partes, según el tipo de transacción. Esto es lo que se conoce como información asimétrica, la que puede resultar de datos no disponibles, erróneos o distorsionados de una de las partes de la compra-venta.
Esta noción también podría aplicarse al campo político, ahora que se están calentando los motores para las próximas elecciones. En este caso, los ‘vendedores’ son los candidatos a los miles de cargos por cubrir, buena parte de los cuales están perfectamente informados sobre sus no siempre idealistas objetivos, sus supuestos méritos y sus limitaciones para candidatear. Los ‘compradores’ somos los votantes que supuestamente los conocemos, pero finalmente votamos desinformada e ingenua o forzosamente por ellos. Las sorpresas llegan cuando ya es muy tarde, primeras planas de por medio.
Así, uno de los múltiples factores que deben darse para que el ‘mercado político’ peruano y, por tanto, la democracia funcionen adecuadamente debería consistir en reducir la información asimétrica. Quizá ello permita que los partidos políticos (que deberían cumplir ex ante el papel que hoy realiza el periodismo de información ex post) y los ciudadanos nos decidamos mejor informados por los candidatos. Las medidas para afrontar este desafío se las dejamos al ingenio de politólogos y abogados.