No podría ser la gota que rebalsó el vaso. Eso aludiría a un tiempo largo y a una suma de pequeños errores. Esto se ha desencadenado cuando ha transcurrido solo una décima parte de su mandato y siendo monumentales las inconductas y desaciertos.
No puedo resumir aquí todas las trapacerías que ocurrieron mientras duró el contubernio entre Javier Gallardo y Pedro Castillo, pero sí puedo decir que hay una palabra que las resume: corrupción. Todo ello, con el telón de fondo de una delincuencia cada vez más avezada y una policía duramente maltratada.
Avelino Guillén, que es un hombre honorable, tiene su cuota de responsabilidad en esta situación. No se atrevió a exigir un equipo propio y aceptó seguir con el que heredó de Luis Barranzuela, al punto de que, incluso ahora, el más cuestionable de todos, el viceministro de Orden Interno, sigue muy orondo en el cargo. Aceptó nombrar a más de 10 prefectos del Fenate/Movadef. Participó en la vergonzosa y fallida expulsión de 41 ciudadanos venezolanos. Finalmente, nos dejó con un nonato estado de emergencia; la única propuesta que promovió y defendió. Habría sido su mayor fracaso, pero esa es otra discusión.
Tampoco comparto la visión predominante sobre Mirtha Vásquez. Ella aceptó encabezar un Gabinete sin conocer siquiera los ministros que Castillo finalmente le impuso. Si a Barrenzuela no se le ocurría hacer esa fiesta inolvidable por el Día de la Canción Criolla, todavía seguiría allí. El presidente la ninguneó desde entonces y ella se aferró al cargo. Reivindica como su principal logro el haber instaurado una forma nueva de negociación de conflictos. Ello, asumo, incluye el desastre que ocasionó en Ayacucho cuando prometió cerrar cuatro minas, una de ellas incendiada por los mismos que allí se sentaba, algo que el Gobierno pasó por agua tibia. Agréguese que el corredor minero, usualmente bloqueado hasta que ella lo “solucionó”, está de nuevo bloqueado.
¿Qué se nos viene con el tercer Gabinete?
Hay, básicamente, dos opciones. La búsqueda de uno menos radical y menos malo. Tarea bastante difícil ya que, estando Castillo en un estado casi terminal, no parece un imán muy potente para atraer talentos.
La otra es volver al nido. Algo así como cerrar filas en torno de un Gabinete de guerra para llevar a la práctica las políticas revolucionarias que sus vacilaciones alejaron temporalmente.
Pese al desprecio que Cerrón transmite sobre ella, Verónika Mendoza se quiere subir también en ese carro y se justifica diciendo que las crisis de estos meses son consecuencia del “asedio de la derecha” y del “terruqueo”, cuando todas y cada una de ellas han sido responsabilidad principalísima del presidente, con una ayuda no menor de los desaciertos de Guido Bellido y Vásquez, que recibieron la confianza del Congreso.
La única vez que la derecha se fue con todo e intentó una vacancia fue en diciembre y no consiguió siquiera que la moción se admitiese a debate. Como consecuencia del chasco, un Castillo victimizado tuvo oxígeno para cambiar. Lo desperdició en dos o tres días.
Todos sabemos que la crisis no es de Gabinete, sino de presidente, y que esta no tiene solución. A estas alturas, hay que ser muy ingenuos para pensar que puede cambiar.
Para hablar en un lenguaje que les gusta a los del Movadef (que Castillo “no sabía” que lo eran, pero aún pululan en su Gobierno) recordemos a Mao Zedong explicándoles a los campesinos las leyes de la dialéctica. Para aquella referida a la transformación de la cantidad en calidad, usaba este ejemplo: si una gallina empolla un huevo durante 21 días, nacerá un pollito. Si lo hace con una piedra, pasado ese tiempo, seguirá habiendo una piedra.
Más claro, imposible.
¡¿Cuatro años y medio más de esto?!
No hay país que lo resista. ¡¿Qué hacemos?!
Hay varias opciones sobre la mesa.
César Hildebrandt, que sin perder los modales dejó casi desnudo a Castillo, le dice: “Una renuncia sería un gesto patriótico […] el Perú es, en estos momentos, una desdicha”.
Susel Paredes, del Partido Morado, sostiene: “tenemos que buscar una forma jurídica para sacarlo”. Plantea modificar la Constitución para que se pueda juzgar y suspender a los presidentes por corrupción.
La que me parece más viable es la que propuso el reconocido abogado César Azabache, cuando se conoció la reunión con Castillo de los tres protagonistas de la escandalosa licitación del biodiésel.
La acumulación de escándalos de corrupción –sostuvo– debiera llevar al Congreso a acusar constitucionalmente al presidente por violar tratados internacionales que obligan al Estado a combatir la corrupción. (Y, digo yo, Mirtha Vásquez podría ser testigo de cargo: “no se enfrenta a la corrupción en el Estado”).
Ello exige un juicio político con verdadera capacidad de defensa del concernido y, como no puede hacerse en menos de 30 o 45 días, generaría, además, un tiempo para una transición política ordenada, legitimada ante la población y lo más consensuada posible.
AL CIERRE: Héctor Valer el nuevo PCM fue elegido por Renovación Popular, pasó a Somos Perú y ahora está con Bermejo y otros disidentes de Perú Libre en la bancada Perú Democrático. Muy firme en sus principios, no es. Verónika Mendoza sufre una estrepitosa derrota. Y se queda el hipercuestionado Juan Silva en el MTC. Como era previsible muy poquita convocatoria de gente con experiencia y conocimiento.