Desde niños, siempre necesitamos tener algún líder. Los padres, los hermanos mayores, las tías y tíos, de algún modo, nos señalaban un curso por donde avanzar en el descubrimiento de la vida. En algún momento tuvimos que ingresar a una institución, el colegio, que imponía sus propias reglas, bajo la tutela de los profesores. Nuestros padres escogieron aquellos lugares donde iban a aparecer esos padres sustitutos que uno nunca olvida.
Las aulas son las primeras sociedades que conocemos fuera del ámbito familiar. Son sociedades que conviven con la autoridad del profesor. En cada salón aparecen los más rebeldes, los más obedientes, los marginados y poderosos. Es un entrenamiento para lo que será después nuestra vida social.
Al igual que los padres, los maestros eran indispensables, incluso para poder rebelarnos contra ellos.
Los mejores profesores eran quienes nos convencían de un camino que tomar. Aquellos que despertaban interés en los cursos, los que resaltaban la importancia de la conducta cívica y los que nos ofrecían clases interesantes y estimulantes, salpicadas de humor. Con frecuencia nuestra vida se decide gracias a esa experiencia. Era con él o con ella cuando el grupo se sentía unido en un objetivo común.
Esa experiencia de la motivación colectiva es la gran ausente en la política peruana y en la de buena parte del mundo hoy en día. La falta de unidad, que es consecuencia de la falta de liderazgo, se agrava en los tiempos de la polarización. Lo esencial de un líder no es solo que podamos creerle, sino que sea capaz de sembrar fe y algo que se acerque a la ilusión. Pocas ilusiones se pueden difundir en una situación donde nuestro objetivo es la supervivencia.
Este no es un problema solo en el Perú, sino en toda América Latina y el mundo. Si la pandemia es un problema global, no ha surgido un líder global capaz de hacerle frente. Si la desigualdad y la inequidad se van haciendo más notorios en todo el planeta, no hay una figura que intente corregir esa gran brecha.
O quizá sí la hay.
Esta semana, Joe Biden ofreció un discurso en el Congreso. Según los resúmenes internacionales (entre ellos, el de la BBC), su propuesta incluye cuatro aspectos. Una es un plan multifamiliar, lo que supone dos años de colegios comunitarios gratuitos y ayuda a las familias para el cuidado infantil. La segunda es un plan de empleo, con un aumento del salario mínimo a quince dólares la hora, en un programa que incluye el desarrollo de una industrialización local. La tercera es una inversión en la economía de las naciones centroamericanas para impedir la masiva inmigración. La cuarta es una “mirada crítica” a la China. En su discurso, Biden afirmó que los gobernantes chinos están seguros de que se convertirán en la próxima potencia mundial. Según ellos, la autocracia reemplazará a la democracia que hoy se muestra débil. La única manera de evitar el deterioro de la democracia es reforzando la unidad social, advirtió.
Estas medidas, unidas a su campaña por subir el tipo impositivo de 21% a 28% a las grandes empresas (una propuesta cuyo espíritu quiere extender a otros países), son exactamente aquello que la mayor parte de peruanos encuestados pide: mantener el modelo haciendo ajustes significativos. Su apoyo a la liberación de las patentes de las vacunas es otro paso relevante. Biden es un gobernante de centro y tiene una vasta experiencia. Se está convirtiendo un líder mundial, ese bien preciado. Le creemos lo que dice y, vaya, hasta siembra alguna ilusión. ¿Algo de su firmeza y conocimiento pueden irradiarse?