El miércoles antepasado, en este mismo espacio, mencionaba que un aspecto fundamental detrás del éxito de nuestro Banco Central de Reserva (BCR) recaía en la decisión que se tomó hace más de 30 años para que se convirtiese en una entidad autónoma, regida por su propia ley orgánica y con objetivos específicos, lejos de los intereses del gobernante o del Congreso de turno. La fortaleza de nuestra política monetaria está ligada estrechamente con el hecho de que la Carta Magna resalte esa misma independencia, y que ponga énfasis en la finalidad que el banco tiene como institución, que es preservar la estabilidad monetaria del Perú (ergo, velar por una inflación estable).
Este lunes, la importancia de lo que resalto líneas arriba nos ha quedado más clara que nunca, después de que en la Comisión de Presupuesto del Congreso tres parlamentarios (Wilson Quispe, María Agüero y Alfredo Pariona) hicieran gala de su ignorancia y desconocimiento mientras realizaban consultas al presidente del BCR, Julio Velarde. Las preguntas de los parlamentarios abordaban aspectos que salían completamente de las manos y de la labor del BCR, y que no tenían nada que ver con las políticas de las que Velarde está a cargo: aspectos en materia fiscal y tributaria, consultas sobre qué hacer con las políticas de empleo (¿?), entre otros puntos, que son consultas que tranquilamente se pueden realizar a las autoridades del Ejecutivo. Hay que reconocer que no fue la mayoría de los miembros presentes en esta Comisión los que realizaron los cuestionados comentarios, pero bastó con que fueran unos cuantos para reflejar la decadencia vigente. Y, de manera elegante, el presidente del BCR supo demostrarles a los parlamentarios lo equivocados que estaban.
Las funciones del BCR no son secretas. No están ocultas. Están a un clic de distancia. Y si alguno de los congresistas mencionados se anima a leer esta columna, aquí las mencionamos: el BCR debe regular nuestra moneda y el crédito del sistema financiero, para lo que emplea instrumentos como la tasa de interés de referencia; emitir billetes y monedas –en soles–; administrar nuestras reservas internacionales; e informar de manera periódica sobre las finanzas nacionales, lo que se concreta con diversos informes y presentaciones como el reporte de inflación. Ni menos, ni más.
Pero, entre todas estas funciones, la misión clave del BCR –y su mayor preocupación– es que la inflación de nuestro país se mantenga controlada, lejos de los niveles que alguna vez nos llevaron a la catástrofe. Que el descontrol monetario sea cosa del pasado, enterrado para siempre. Los hitos de nuestro BCR han estado, justamente, alineados con el cumplimiento de este objetivo, y ello ha sido determinante para que destaque entre cualquier entidad monetaria del mundo.
Algo así debería ser ejemplo para otras entidades del Estado que se sienten cada vez más lejanas a la población, como el propio Congreso de la República. Una entidad donde muchas veces se busca legislar sobre ámbitos que le competen al BCR, y que constantemente emiten iniciativas en materia económica. Lamentablemente, la expectativa, una vez más, dista mucho de la realidad.