Todo apuntaba a que éramos uno de los países camino a la salida del subdesarrollo y hacia la modernidad. De hecho, hubo un CADE que nos encaminó a ser “un país del Primer Mundo”. La economía iba a crecer sostenidamente y los sucesivos gobiernos habían sido exitosos en sacar de la extrema pobreza a un promedio de 300.000 personas al año. Nos la creímos.
Pero bastó la llegada del virus para acabar con nuestras locas ilusiones. La pandemia nos quitó la careta y demostró que no habíamos resuelto nuestros problemas estructurales y que, más bien, se trató de cambios epidérmicos.
La precariedad del sistema de salud pública (que convive con instituciones privadas que ofrecen servicios médicos comparables con los países más desarrollados del mundo), la educación pública (ídem) y, probablemente lo más notorio en una crisis sanitaria como esta, la falta de conciencia ciudadana se mostraron en toda la dimensión de su miseria.
Infectados acostados en pasadizos o sentados en sillas a la espera de tratamiento, médicos, policías, empleados penitenciarios, limpiadores, etc., que pese a estar en la primera línea de la contención del coronavirus carecen de material básico de protección (lo que ha contaminado a miles de ellos), son parte de nuestra terrible realidad.
Ver a policías fajándose literalmente cuerpo a cuerpo para combatir un virus que se contagia precisamente con el roce humano, o a cientos de personas abrazadas en las colas para cobrar el bono, o a miles apretujados en los mercados, entre muchos otros ejemplos, revela la absoluta falta de conciencia ciudadana; una debilidad que resulta mucho más grave que la de cualquier infraestructura. Tal vez la foto más elocuente sea la de los alrededor de mil infectados nada más y nada menos que en la escuela de la policía.
Nuestro promisorio país empezó a crujir por los cuatro costados cuando miles de peruanos que habían salido de la pobreza extrema iniciaron un éxodo a pie por las carreteras para retornar a los pueblos y ciudades que abandonaron huyendo de aquella, pues es la única opción que les queda para subsistir.
Viejo es el dicho que sostiene que de toda crisis pueden salir grandes oportunidades. Y esta es la lección que podríamos sacar de esta compleja situación. Una vez que terminemos de digerir el trauma de los miles de muertos y desempleados que dejará tras de sí el COVID-19, sería patético que solo nos quedemos con las anécdotas del encierro y la cuarentena.
Si no aprendemos que el presupuesto nacional tendrá que ser rediseñado para priorizar la salud y la educación, no habremos entendido nada.
El retorno de cientos de miles de compatriotas a sus lugares de origen abre una oportunidad única para apostar, esta vez de verdad, por la descentralización del país. Tan pronto se controle el virus, esos pobres extremos harán lo indecible para volver a Lima, la tierra de sus oportunidades, engrosando el mundo de la informalidad en su gran mayoría.
Una estrategia inteligente debería apostar por crear oportunidades y fuentes de trabajo en las provincias. Que los huancavelicanos, puneños, ancashinos y charapas, entro otros, no se vean obligados a recoger sus pasos hacia Lima en lo que será una segunda ola migratoria a la capital.
No puedo cerrar esta nota sin una referencia obligatoria al problema de la corrupción. La emergencia sanitaria saca a luz lo mejor y lo peor de nosotros. Así como aparecen gestos emocionantes de muchos para apoyar a los que más están sufriendo (increíblemente, miles de pobres ayudando a más pobres que ellos), también hemos visto aparecer a los facinerosos que aprovechan la situación para robar y enriquecerse.
El Gobierno debe reaccionar rápido y con energía para castigar con todo el peso de la ley a estas hienas. Por lo pronto, haría bien al menos tratando de prevenir la corrupción. Proética ha publicado un informe que señala que de los más de S/5.400 millones destinados para lidiar con la emergencia sanitaria, solo se han publicado en el portal de datos abiertos las compras de 172 procesos que suman alrededor de S/40 millones (0,75% del total). La oscuridad fomenta el robo. No en vano, la última encuesta de Ipsos-El Comercio trae un dato alucinante: la corrupción es considerada el problema número uno del país y preocupa más a los peruanos (56%) que la crisis sanitaria (33%).
Si sabe de algún caso de corrupción, puede denunciarlo en el portal de la Secretaría de Integridad de la PCM o en el buzón de denuncias de la página web de Proética.
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