La obtención de la confianza legislativa por el Gabinete Bellido ha constituido un logro casi inverosímil para el Gobierno del presidente Castillo. Con ministros fundadamente cuestionados por su conducta pasada –algunos cercanos a organizaciones filoterroristas y otros autores de conductas reprensibles–, además de un presidente del Consejo de Ministros que, entre otras perlas, acopiara fondos de origen ignoto para pagar la caución de Vladimir Cerrón, la confianza otorgada por 73 votos a favor resultó, para la opinión pública, un chasco; para el Congreso, una humillación.
El argumento esgrimido por los congresistas que no siendo afines a Perú Libre le dieron la confianza al Gobierno era que lo hacían por la “gobernabilidad” del país. Pero, ¿cuál gobernabilidad? El discurso de Guido Bellido –cargado de contenido ideológico subyacente, enunciando políticas imprecisas desde el punto de vista práctico y utilizando el quechua y la hoja de coca para remarcar las contradicciones como arma revolucionaria mariateguista– no constituía ni una propuesta de gobierno bien fundamentada ni una política que fomentara la unidad nacional.
Así pues, los desconcertados congresistas que daban su confianza al Gabinete, sin ser marxistas del siglo XXI, votaban por aire caliente. El plan de Perú Libre, que fue expuesto desde la primera hora en las elecciones, contemplaba y contempla políticas que históricamente han fracasado en el Perú y en toda América Latina con un añadido esencial: convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución que desmonte el esquema de libertades de la Constitución de 1993.
Será muy difícil lograr consensos viables frente a este radicalismo del Gobierno y su bancada congresal. Y de gobernabilidad, menos, pues sin continuidad en las reglas e instituciones que hicieran del Perú un milagro económico latinoamericano, resulta irrisorio utilizar una palabra que significa estabilidad, seguridad jurídica y buen gobierno. Más aún cuando continuamente se utiliza el indigenismo como insinuación divisiva en el discurso político.
Guido Bellido ha dicho, en nombre de Perú Libre, que no son comunistas. Y no lo son a la moda del siglo XX. Son socialistas del siglo XXI inscritos en el Foro de São Paulo, y que recurren a un populismo “marxista leninista mariateguista”, que, añorando la lucha armada, ya no la proponen. Ahora el poder se captura democráticamente, tal vez ayudándose un poco con el pulgar. No debe subestimarse esta técnica populista de comunicación política presente en el “Make America great again” de Donald Trump, las ironías de Beppe Grillo o el omnipresente sombrero de Pedro Castillo. La finalidad es la escenificación pública y constante de una diferencia conflictiva y antagónica entre el Gobierno y sus opositores.
Hay que tener en cuenta que el populismo es una técnica política de contenido ideológico tenue o inexistente. Es un despertador de pasiones y odios, pero no un sistema de pensamiento. El populismo necesita la adición de una ideología para que tenga sentido y dirección efectiva. Queda claro que, en el caso peruano, la ideología es el marxismo a la moda del siglo XXI, buscando copar el aparato estatal, teniendo un mayor control del Estado sobre los medios de producción, regulando el crédito e implantando un esquema de corte autogestionario para las diversas minorías, cuyos resultados podrían ser caóticos sin el control del partido. A esto se suma el recordatorio constante de que Perú Libre –que se arroga metafísicamente la representación popular– estará en un pie de lucha constante contra los que gestionan o defienden el estado de cosas resultante de la Constitución de 1993.
Claro, en los pasillos del Congreso no era la gobernabilidad el verdadero argumento dado para dar la confianza, sino, además de indescifrables intereses, el no desperdiciar la mágica “bala de plata”. Esa metáfora utilizada por primera vez por Sir Walter Scott como solución milagrosa para matar hombres lobo, brujas y malos espíritus encarnados, más no vampiros, pues ellos requerían de una estaca. Pero para los congresistas, la negación de la confianza al Gabinete constituye una bala de plata. Negada dos veces la confianza al Consejo de Ministros y agotada la munición, el presidente procedería a disolver el Congreso.
Al final de su presentación al Parlamento, Guido Bellido mencionó, sin proponerla y como quien no quiere la cosa, su asamblea constituyente. Luego, en declaraciones a RPP, señaló que si el Congreso se oponía a las propuestas de Perú Libre, harían cuestión de confianza. Como van las cosas, dos balas de plata son muy pocas balas. Tendrán que ser disparadas más pronto de lo que se cree.