En un país en el que reina la desconfianza generalizada, la descalificación automática del otro, la atomización de las iniciativas y la enorme dificultad para la asociación y la acción colectiva, es interesante y hasta sorprendente que empiece a cuajar una iniciativa como la llamada Coalición Ciudadana que reúne ya a 193 organizaciones de orientaciones diversas que, aunque sin duda están más cargadas al lado izquierdo del espectro, poseen una vocación integradora en torno al propósito común de buscar una salida al entrampamiento del país.
Como se sabe, el planteamiento central de la Coalición es el adelanto de elecciones generales junto con reformas políticas y electorales y una agenda de políticas públicas de mediano y largo plazo. Eso está muy bien, pero no hay que dejar de ver algo que he señalado antes: que asignarle al Congreso el mismo nivel de responsabilidad que al Ejecutivo en la destrucción institucional y ponerle mucha carga al grito de “que se vayan todos” es peligroso, porque contiene en el fondo una demanda autoritaria, pues ese “todos” incluye a los partidos políticos y, en última instancia, inconscientemente, a la idea misma de un Congreso. Lo que se está pidiendo implícitamente (o se crea el cauce para que se pida) es un líder fuerte que entre a poner orden en este caos, a limpiar la corrupción y terminar con la delincuencia. O un populista radical que acceda con esas banderas.
Es decir, por ejemplo, alguien como Antauro Humala, que lo primero que dijo al salir de prisión fue que eso de “que se vayan todos” es más cierto que nunca. En realidad, ese fue siempre su mensaje. Más allá de lo disparatadas que puedan ser sus ideas, conecta a un nivel muy primario precisamente con quienes asienten cuando escuchan que hay que fusilar a los corruptos, encarcelar a los políticos y restaurar un orden mítico tahuantinsuyano que incluye la autarquía alimentaria y la nacionalización de la economía.
No sabemos qué tan amplia puede ser la audiencia para una prédica de esa naturaleza. Quizá no sobrepase los límites que ahora sostienen al propio presidente Castillo. Pero no cabe duda de que sería muy irresponsable que la centroderecha se presente a futuros comicios atomizada en decenas de candidaturas. Tendrá que generar un candidato que ofrezca no solo orden y meritocracia, sino que sea capaz de presentar la imagen del país que podemos ser, poniendo en valor todos nuestros recursos.
De lo contrario, nuevas elecciones generales servirán, sí, para que se vayan todos, pero solo para que regresen todos, los mismos de siempre. O para encumbrar a un líder autoritario, a un populista radical. Es cierto, sin embargo, que esfuerzos como la Coalición y otros similares ayudan a catalizar la corriente nacional hacia la presión por reformas y contribuyen a formar consensos y discutir diferencias. Crean, en ese sentido, un clima constructivo, democrático, dialogante, algo inestimable en este momento. La Coalición está por llevar al Congreso la próxima semana, por ejemplo, un paquete de propuestas de reformas políticas, que pueden ayudar mucho. Pero debería empezar por empujar lo ya avanzado y demandar al Congreso que apruebe con 87 votos en dos legislaturas la reforma de la bicameralidad que se aprobó hace unas semanas –pero sin alcanzar esa votación–, algo absolutamente fundamental para mejorar la calidad de nuestra democracia en el próximo período.
Es interesante que la Coalición Ciudadana se proponga en segundo término elaborar propuestas de políticas públicas. En este tema podría apoyar la idea de que las bancadas opositoras del Congreso formen una mesa de trabajo con ese fin, creando de paso el espacio que facilite luego conversaciones para unificar candidaturas presidenciales. Hay que trabajar también con los actores que tenemos, pues sin el Congreso tampoco avanzamos.