“Las fuerzas del mercado”, decía un querido profesor, “son solamente eso: fuerzas, como el viento y la marea. Podemos ignorarlas, pero a nuestro propio riesgo”. Quienes defendemos las ideas del liberalismo –en esencia, la libertad individual y la economía de mercado– somos, a menudo, acusados de idolatrar a una entelequia, una abstracción. Creemos, según el escrito de demanda, que el mercado lo resuelve todo; pero resulta que el mercado no es una persona que actúe y que piense. ¿Cómo vamos a sentarnos a esperar que resuelva algo? ¿Cómo vamos a renunciar al poder de la ley para moldear la realidad y solucionar los problemas que aquejan al país?
Haría bien el tribunal en desestimar los cargos. Nadie cree que el mercado lo resuelva todo. Lo que creemos son dos cosas. La primera es que el mercado, por lo general, nos lleva a la mejor solución posible de alcanzar, dadas las restricciones materiales y cognitivas del momento. La segunda, que los intentos por imponer una solución al margen de las condiciones del mercado suelen fracasar. La razón es muy sencilla. Lo que llamamos “el mercado” o “las fuerzas del mercado” o también “la oferta y la demanda” es una expresión resumida de la voluntad de miles o millones de personas, personas que tienen objetivos diferentes e inclusive contrapuestos y que tratan de conciliarlos a través del intercambio y la negociación.
¿Qué creemos que pasará con la nueva ley agraria que el Congreso acaba de aprobar, particularmente con el aumento de los jornales? A nadie le conviene contratar a un trabajador pagándole más de lo que agrega a la producción del fundo. La ley obviamente se cumplirá en el caso de los trabajadores que desempeñan las tareas más productivas. En los demás casos, el propietario tiene dos alternativas: puede mecanizar las tareas, con lo cual no incumple la ley; o puede seguir contratando, informalmente, a los mismos trabajadores, pagándoles menos de lo que la ley ordena. No les gustará a los antiliberales que la ley se incumpla, pero eso a los trabajadores los tiene sin cuidado. Preferirán tener un trabajo, aun ganando menos de lo que manda la ley, que no tener trabajo. No lo estamos celebrando; solo estamos anticipando lo que va a pasar.
Los efectos de la ley van a ser muy distintos a los esperados por el Congreso y también por quienes han tomado partido por las protestas. El crecimiento de la agricultura no se va a detener; pero sí se van a detener o, mejor dicho, aletargar el crecimiento del empleo agrícola, especialmente del empleo formal, y probablemente el de las remuneraciones del conjunto de los trabajadores agrícolas, formales e informales.
¿Somos insensibles los liberales a los “justos” reclamos de los trabajadores? Depende de qué entendamos por justicia y por sensibilidad. Lo que sí sabemos es que el mercado –no la derogada ley de promoción agraria, sino la libertad de precios y la libertad de entrar y salir del mercado agrario instauradas a principios de la década de 1990– ha aumentado los jornales como no lo ha hecho ni lo puede hacer ninguna ley. En esa libertad confiamos para que sigan aumentando.
Y ahora es momento de despedirnos –agradecidos, por cierto, con el periódico, con los editores de esta página y con los lectores– después de ocho años ininterrumpidos de columnas semanales. Esperamos que hayan sido ilustrativas.