Una mujer parada sobre los cadáveres de unos soldados intenta prender la mecha de un cañón. Al grabado, en blanco y negro, lo acompaña una inscripción “¡Qué valor!”. Un soldado fuerza a una mujer sexualmente y una anciana, presumiblemente su madre, trata de defenderla con un cuchillo, “Siempre sucede”, es la frase que lo describe. Dos hombres les roban sus ropas y pertenencias a cadáveres que quedan amontonados en una pila y desnudos, “Se aprovechan”, sentencia esta vez el título. Las descripciones corresponden a tres de los ochenta y siete grabados en los que Francisco de Goya plasmó la guerra de independencia española. El artista tenía 65 años, un anciano para la época, y ya estaba sordo, cuando viajó a Zaragoza para ser testigo de la resistencia de ese pueblo contra el ocupador francés, Napoleón. A Goya no le contaron el salvajismo de los enfrentamientos, los vivió y luego los plasmó en su famosa serie “Los desastres de la guerra”. Cada pieza está acompañada de una anotación, que hace las veces de leyenda periodística, que marcan un hilo conductor y construyen una suerte de storyboard o guion gráfico.
Mujeres violadas, soldados rematados, saqueos, linchamientos, hambre son las estampas que el artista elige para contar la barbarie de una guerra que en realidad es cualquier guerra. Porque Goya, a diferencia de sus contemporáneos, se pone del lado de las víctimas sin importar si estas están siendo atacadas por los españoles o los franceses. No retrata el heroísmo de los líderes, plasma la guerra como lo que es, un acto inhumano, espeluznante y no una hazaña que entroniza a gobernantes. Tal vez por eso elige la simpleza y brutalidad del punzón que raya el metal. La ausencia de color de sus grabados acentúa el terror de los rostros y la locura en las miradas que parecen ser la marca registrada del momento. La imagen sorda y el lenguaje parco. Esas dos características definen el respeto del pintor hacia una situación insoportable.
Veo las redes sociales y no puedo dejar de pensar que a la estridencia de esta guerra que se libra en Ucrania, la acompaña un bullicio que lo hace todo más doloroso. Asistimos a una simplificación del horror que no da pie a la reflexión, al luto, al duelo. Millones de videos, fotos, hilos nos muestran casi en tiempo real lo que padece un pueblo que de pronto se ve atacado con cobardía; y a esa avalancha de testimonios no se le cuelgan leyendas lacónicas y palabras precisas como en los grabados de Goya, sino parrafadas inútiles de quienes de pronto se convirtieron en expertos de una guerra complejísima. Putin ‘lovers’ y Putin ‘haters’ inundan Twitter, Facebook, Instragram con noticias falsas, fotos montadas y debates, cientos de debates inútiles entre ignorantes. Pocos son los que quieren escuchar y aprender, el mundo conspiranoico que nos han dejado dos años de pandemia hace su trabajo de banalización y desinformación.
Nos faltan los ojos de Goya para humanizar una guerra que hoy se consume a través de ‘Tiktoks’, de memes y de chistecitos. Nos falta corazón para no usar estos acontecimientos con el chato interés de demostrar que nuestra ideología es mejor que la del resto. Ninguna guerra debiera ser un tema para que los influencers que hoy promocionan zapatillas y talco para los pies hagan un videíto gracioso para pescar ‘likes’ irresponsables.
Si la guerra de Irak fue la primera que se transmitió en vivo y en directo por televisión, esta se está convirtiendo en la más retuiteada y compartida de la historia. Y la historia que estamos escribiendo es la de una sociedad frívola incapaz de guardar silencio ante el horror.
Dato: gracias a la tecnología se pueden disfrutar de los grabados de Goya en la página web del Museo del Prado. Se los recomiendo, la calidad de las fotos permite analizar hasta el último detalle.