Las estructuras de las organizaciones criminales y la manera como el narcotráfico se ha superpuesto a una infraestructura comercial formal es el tema central de “Mares de cocaína” de Ana Lilia Pérez. La “Armada Invencible” del presente milenio está compuesta por “capitanes de mar y tierra” mexicanos que operan en asociación con las mafias locales de todo el planeta. Teniendo como templete una cartografía marítima del crimen organizado, Pérez le sigue el paso a las rutas de esos miles de barcos e incluso submarinos cargados de toneladas de droga producida en Bolivia, Colombia y el Perú .
De lectura obligada para todo aquel que esté interesado en salvaguardar a los estados que están ya inflitrados en sus más altos niveles, “Mares de cocaína” se centra en la toma de los puertos y los mares a escala planetaria. La ausencia de controles de seguridad, la corrupción política y la impunidad está permitiendo que los piratas del siglo XXI cuenten con narcopuertos, como el de Calabria, e incluso se apoyen en estados fallidos en África. Desde esas plataformas han empezado un proceso de control territorial mundializado cuyo modelo se remonta a su experiencia en México. El control, a sangre y fuego, de municipios, villas, pueblos, puertos e incluso estados, como Jalisco, que hace unos días vivió su “viernes negro” a manos del cartel Jalisco-Nueva Generación, es evidente.
Las 80 mil muertes y los 22 mil desaparecidos atribuibles a la guerra contra el narco mexicano del 2008 al 2013 entran en el rango numérico de una conflagración civil. Y aunque la ausencia de bandos discernibles, batallas formales desmienten –según Héctor Aguilar Camín– la noción clásica de una guerra civil, la intensidad de la violencia, la regularidad de los enfrentamientos y, sobre todo, la cantidad de las bajas impiden mirar la violencia mexicana solo como una epidemia criminal que ha fracturado un territorio basado en una multiplicidad de acuerdos. La guerra de las bandas muta cuando aparece un brazo armado formado por militares venidos de cuerpos especiales del Ejército: los Zetas. Estos consolidan la lucha a muerte por el dominio territorial de rutas hacia los pasos fronterizos más rentables. Unas “máquinas disciplinadas de matar”, los Zetas son la organización criminal que inicia la captura de los gobiernos locales. Para Pérez, son los Zetas, el otro grupo es el Cártel de Sinaloa, quienes han iniciado la captura de territorio a escala mundial.
La nueva economía global, “privatizada, desregulada, liberalizada”, produce nuevas fronteras y nuevas formas de piratería, ilegalidad, contrabando, movimientos migratorios masivos y operaciones inescrupulosas en sus márgenes. La devastación ambiental, la privatización de bienes públicos, la fuga de capitales, la evasión tributaria y el recurso sistemático del soborno configuran –según Fernando Escalante– una economía del saqueo de la cual el narcotráfico es un subproducto. En ese esquema, que obviamente tiene sus claroscuros, muchos gobiernos funcionan como concesionarios y no como defensores del Estado y sus instituciones. La frivolidad, salvo honrosas excepciones, con la que se discute el Caso Oropeza distrae del gravísimo problema que enfrentamos. Ello, además, impide el análisis de las causas profundas de un asalto mafioso (observemos el caso del puerto del Callao), cuyas consecuencias son imprevisibles para la República del Perú.