El mensaje presidencial de 28 de julio puede quedar muy prolijo sobre el papel, pero la evaluación final dependerá de cuánto se aleje de la realidad o, mejor dicho, de cuánto huya convenientemente de ella. La realidad, que Palacio pretende negar, es que existen demandas políticas que no se han solucionado, demandas que el mismo Gobierno se ha encargado de alimentar error tras error.
Dina Boluarte ha expresado su deseo de redireccionar las protestas, que aún por estas fechas se mantienen vivas, hacia una agenda más social, pero este gobierno tampoco acumula puntos aún para sacarse una sólida nota aprobada en ese campo.
¿Qué esperar, entonces, de este mensaje presidencial?
En principio hay varios públicos que satisfacer. Por un lado, los aliados. Probablemente escucharemos una lista de millonarias transferencias para mantener en sintonía a los pragmáticos gobernadores regionales y registraremos guiños –sin ningún tipo de rubor– hacia el Congreso para fortalecer su alianza. Ya hace algunos días, en una ceremonia oficial, la presidenta agradeció al Congreso por ser “dialogante”, ignorando la podredumbre institucional y la impunidad que impera entre las curules, lo que, con justa razón, agita a la ciudadanía.
Por otro lado, están los empresarios, que esperan un giro de timón que promueva las inversiones y el empleo y que mantenga a raya a la amenazante recesión en un contexto tan difícil como lo es el fenómeno de El Niño. Sin duda, sacará lustre a su flamante creación, la Autoridad Nacional de Infraestructura, que se encargará de los grandes proyectos de inversión a nivel nacional. Pero las brechas no se cierran solo con cemento y la estabilidad que la economía necesita para crecer está relacionada a esas demandas políticas que Boluarte no quiere reconocer.
Lo más retador del mensaje presidencial será hablarle a la gran masa de peruanos –80% según el IEP– que considera que deben adelantarse las elecciones. Boluarte carece de liderazgo y confianza para continuar con el devaluado discurso de unidad. Pero insistirá con ese vacuo mensaje, tal y como lo ha anunciado. Queda entonces dar un giro sorpresivo, convincente y de plazos cercanos para satisfacer las demandas urgentes en, por ejemplo, salud y educación.
Sin embargo, la presidenta carece de tiempo, habilidades políticas y de gestión para girar la tuerca de la opinión pública. Sin cambios en la Presidencia del Consejo de Ministros que ayuden a renovar el olfato político y deshacerse de pasivos, es probable que no haya mayor impacto sobre la desconfiada ciudadanía y la tensión continúe.
Por el contrario, debido al peso simbólico del mensaje presidencial, confrontar con quienes se movilizan o las omisiones de graves errores en esta rendición de cuentas –el no hacer referencia a los fallecidos en las protestas– podría agudizar aún más el descontento.
Con el mensaje, la presidenta marcará el compás de lo que se vendrá en los próximos meses. Si la misión es sobrevivir hasta el 2026, en este nuevo tramo la relación con la Mesa Directiva elegida y las bancadas a las que representa tendrá que ser más estrecha, a costa de ser aún más impopular.