He dedicado varias columnas a analizar qué decían los planes de gobierno de los candidatos presidenciales sobre las mujeres y la comunidad LGBTIQ. Al concentrarme solamente en los por entonces punteros, no hablé de Pedro Castillo.
A modo de plan de gobierno, Castillo ha presentado el ideario y programa de Perú Libre (elaborado por Vladimir Cerrón) que dedica toda una sección a “la mujer socialista” y que presenta varias ideas que me parecen sumamente preocupantes. Por ejemplo, dice expresamente que el feminismo es el extremo contrario del machismo. Y que hay que desterrar el segundo, pero “sin que esto signifique instalar (…) el feminismo”. Además, por mencionar otro punto, si bien repite que “el nivel intelectual de la mujer (…) tiene las mismas potencialidades que en el hombre”, muestra una visión esencialista y estereotipada para inmediatamente decir que la mujer “solamente difiere del sexo opuesto en la esfera afectiva, lo cual le da su cualidad de mujer”.
Una de las ausencias más notorias en el ideario/plan de gobierno es la comunidad LGBTIQ. En las páginas no aparece absolutamente ninguna mención a temas tan básicos como la necesidad de una ley de identidad de género o de enfrentar la discriminación. De hecho, en el plan solo se usa la palabra ‘LGBTI’ en la sección en la que se critica a las ONG.
La visión de Castillo y de Perú Libre sobre las mujeres y la comunidad LGBTIQ se puede completar en base a entrevistas del candidato. Así es como nos hemos enterado de que Castillo no respalda la legalización del aborto, pero que un eventual gobierno suyo “implementará la instalación de esta Asamblea Nacional Constituyente para hacer este debate con todo el pueblo peruano”; que está “totalmente” en contra del enfoque de género en las escuelas; y que no está de acuerdo con la legalización del matrimonio entre las personas del mismo sexo, pues “primero la familia” (léase, primero solo un tipo de familia).
Tenemos entonces que el candidato que pasó en primer lugar a segunda vuelta tiene propuestas relativas a las mujeres y a la comunidad LGBTIQ que son inaceptables. Sumémosle a esto que la candidata Fujimori también tiene en esta área propuestas inaceptables. Considerando que ninguno de los dos ha convencido ni a un quinto de la población, ambos tendrán que apelar a quienes no votaron por ellos en primera vuelta. Y aquí entonces hay, de parte de todos nosotros, un trabajo que hacer en términos de qué le exigiremos a los candidatos a cambio de nuestro voto. Admito, sin embargo, que en términos de género soy poco optimista sobre qué tan productivos podrán llegar a ser estos intentos.
Más allá de pensar en esta segunda vuelta, también hay otro punto que debemos llevarnos de este proceso electoral: no solo los de Castillo y Fujimori son planes con propuestas inaceptables. Lo mismo es cierto de la gran mayoría de candidatos. Estas elecciones nos han recordado el reto que tenemos de cambiar la relación que tiene la política con los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ. Con esto no estoy diciendo que me imagino un país donde los diferentes partidos, y la izquierda y la derecha, coincidan completamente en problemas y soluciones. Creo que sin duda habrá diferencias, y que esas diferencias son esperables en cualquier democracia. Sin embargo, de lo que hablo aquí es de cómo lograr que el piso mínimo aceptable sea otro. En este proceso electoral vimos que muchos partidos (aunque no Perú Libre), hablaban por ejemplo en sus planes de combatir la violencia contra las mujeres. ¿Cómo abrimos la conversación y tendemos puentes para que suceda algo similar con temas como el derecho a la identidad o a la salud sexual y reproductiva, por solo mencionar dos? ¿Y cómo hacemos que esas personas que son de derecha o de centro derecha encuentren opciones que cumplan con este piso?
Podríamos seguir tratando de convencer a los convencidos, pero como han demostrado estas elecciones, no se trata solamente de tener uno o dos partidos que se compren la pelea, porque finalmente nada garantiza que lleguen a la presidencia o que tengan representación importante en el Congreso.
A seguir peleándola.