Las reacciones arrebatadas contra “No mires arriba”, la última película de Adam Mckay disponible en Netflix, más que agotadoras son retratadoras de los tiempos que vivimos. Qué aterrador vivir en una sociedad donde ya ni las sátiras se toman en serio y se someten al puritanismo interpretativo. Antes que ser una crítica contra determinada ideología política, es una alegoría irónica contra aquellos que se rebelan frente al sentido común.
Alerta de “spoiler”: si aún no la ha visto, esta columna podría contener detalles de la trama.
Mckay no deja monigote con cabeza en una comedia negra donde dos astrónomos descubren que un cometa va a impactar sobre la Tierra y la va a destruir. ¿Quién en su sano juicio dudaría de que un cometa que destruirá la Tierra es un mal que debe evitarse a toda costa? Lo más desconcertante de la película es que nos muestra que muchos dudaríamos si tuviéramos los estímulos políticos para hacerlo. Le dejaremos la apreciación estética a los expertos para ocuparnos de las alegorías políticas, aunque es muy doloroso el pesado mensaje de la imposibilidad del cambio y, por momentos, la sátira es tan inverosímil que cuesta sostener el relato.
La película retrata a una presidenta incapaz de comprender la amenaza de un mal catastrófico en la medida que no le reporta nada para su ego colosal. No dista mucho de los mandatarios y políticos en el mundo que se han negado a aceptar los hechos tal como son delante de la pandemia o el cambio climático. Si a algunos simpatizantes de estos mandatarios les ha irritado la película, es porque muchas veces sus candidatos los han puesto en la tortuosa tarea de tener que sostener ideas tan descabelladas y se ven retratados en esa perversa sátira. ¿Cuántas mentiras estamos dispuestos a creer con tal de que nuestro político o nuestro partido se mantenga en el poder? Políticos capaces de arrastrar a su feligresía por la irracionalidad, aunque los hechos demostraran lo contrario, políticos capaces de convocar a sus propios expertos para que mientan o para que desinformen abiertamente. ¿No se les hace conocida esa experiencia?
Pero no solo los políticos, los medios de comunicación también son puestos en un lugar bastante incómodo. Uno pensaría que una noticia tan calamitosa como la del cometa generaría una cobertura objetiva, pero en el mundo de la dictadura de los algoritmos ni las verdaderas más calamitosas son tales. Se puede mentir en prime-time con información sensible como sucedió con algunos medios de comunicación en la cobertura de los resultados de la segunda vuelta en el Perú, o cuando se mintió públicamente sobre la eficacia de una vacuna contra el COVID-19 o cuando se difundió la prescripción de ivermectina. Las mentiras en la civilización del espectáculo están permitidas, pero nunca han tenido, como hoy, tanto poder de masificación.
Tampoco quedan bien parados los ‘alter ego’ de la tecnología, quienes son retratados como apóstoles de la avaricia que controlan los pulsos geopolíticos del mundo. Quizá el personaje mejor logrado de la película sea el de Mark Rylance, quien encarna al multimillonario tecnológico Peter Isherwell, de quien depende la salvación del mundo al comandar el plan de destrucción/explotación del cometa y a quien los políticos se han entregado por completo en una estrategia que no ha sido sometida a la revisión de pares.
¿Hemos llegado en el Perú a tal extremo de polarización que no seríamos capaces de criticar cosas que son objetivamente malas? Estamos todavía en ciernes de experimentar la polarización que ya ha surgido en otros países donde los procesos políticos se han deteriorado a tal extremo, pero los síntomas de una sociedad más polarizada comienzan a estar peligrosamente presentes. Los silencios inexplicables de la izquierda para denunciar los preocupantes indicios de corrupción o el total abandono en el que ha devenido el sector Educación en este Gobierno son injustificables. Denunciar estas gravosas faltas no convierte a los denunciantes en golpistas y, con mayor razón, si los denunciados ostentan la mayor cuota de poder y la mayor responsabilidad política del país.
En el 2021, una parte de la derecha peruana se extravió y desprestigió por su adhesión a teorías de la conspiración y del fraude electoral infundadas, eso debería ser el mayor estímulo para que el Gobierno responda a las denuncias con algo más que mensajes presidenciales insignificantes que jamás aclaran las cosas sino que incrementan las sospechas. Miren arriba.