En su más reciente libro sobre el juicio de los atentados yihadistas en París del viernes 13 de noviembre del 2015, el escritor francés Emmanuel Carrère escribió: “La civilización consiste en aprender a reemplazar la ley del talión por el derecho, la venganza por la justicia”. En los últimos días, a propósito de que nuevamente está en debate (como suele ocurrir cada vez que estalla un escándalo político-judicial) la reforma del sistema de justicia, he recordado esa frase. Salvando las distancias con lo ocurrido en Francia, resulta difícil no pensar que, efectivamente, una muestra de lo profundamente incivilizado que estamos como país es ver la manera como nuestro sistema de justicia es tratado como un botín por cierta clase política para, entre otras cosas, conseguir impunidad, o como mecanismo para cobrar revancha contra sus rivales de turno.
Hace unos días, tuvimos un ejemplo de ello, cortesía del Congreso. De pronto, se dieron cuenta de que era necesario formar una comisión para reformar todo el sistema judicial, que era importante que los congresistas fueran quienes destituyan a jueces y fiscales supremos, que se debía defenestrar de inmediato a los miembros de la Junta Nacional de Justicia (JNJ). Todo esto, qué casualidad, cuando se empiezan a conocer los primeros nombres de congresistas que presuntamente fueron favorecidos en la gestión de la suspendida fiscal de la Nación, Patricia Benavides. Claramente, era una respuesta a lo que ocurría y nuestro Congreso fue más allá de la ley del talión de la que hablaba Carrère: pretendió tirar el tablero y cambiar todas las reglas de juego. En otras palabras, politizar aún más nuestro sistema judicial para beneficio propio.
Considero que ese es uno de nuestros principales problemas: la manera como cierta clase política ve a nuestra justicia e interfiere en ella. Y, si a eso le sumamos la infiltración del crimen organizado, estamos en el peor de los mundos. Por eso, no creo que las reuniones, consejos o llamados para reformar la justicia lleguen a buen puerto. En la medida en que sean estos mismos actores, con intereses e investigaciones a cuestas, los encargados de realizarla. Lamentablemente, esto es consecuencia de años de desinterés y de dejar el camino libre a personajes que nos empujan hacia la incivilización.
Aprovecho este último espacio para despedirme de aquellos lectores que encontraron tal vez en esta columna un espacio interesante para leer sobre temas judiciales y policiales. También para agradecer a Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada, director de El Comercio, quien me dio la oportunidad y creyó en ella hace más de dos años. A mis amigos, algunos periodistas de este Diario, que me alentaron a escribir y a las fuentes que me ayudaron con información valiosa. Y a Jorge Saldaña, donde sea que esté. ¡Gracias! Hasta la próxima.