Cuando una adolescente de 16 años comenzó a sentir dolores abdominales en la comunidad de Fátima, en Loreto, hacia agosto del 2016, no imaginó que tendría que viajar en una chalupa, serpenteando ríos, para evitar morir desangrada en medio de la selva. Después de casi siete días desde que empezaron los dolores, llegó al quirófano del Hospital Regional de Iquitos, donde la operaron de un embarazo ectópico y le salvaron la vida. Hasta Fátima o hasta el cerro Occopampa, en Azángaro, donde algunos escolares tienen que subir a más de 4 mil metros para captar la señal de teléfono o Internet para no perder clases y enviar sus trabajos, “hasta allí” llega el Perú. A veces, para muchos compatriotas, el Estado es una chalupa que se abre paso en medio de las tormentosas aguas de un río.
Los candidatos van a ser presidentes de todo el Perú, y aunque les haya tomado 11 horas de viaje en una moderna camioneta, si algo ha permitido esa especie de Takanakuy al que se citaron Keiko Fujimori y Pedro Castillo, es desviar los ojos de la atención del debate público hacia las regiones. Con solo una decisión, que involucró a los dos candidatos, hemos conseguido, entre empujones y pullas, trasladar hasta Chota el epicentro de la escena nacional.
En una elección donde las fracturas entre Lima y las regiones se expresan tan visceralmente, a veces, para atender la agenda de las regiones, hace falta eso: un empujón, un desafío que haga tomar una decisión política. Cuántas veces los alcaldes o funcionarios públicos que trabajan en los distritos rurales han escuchado en boca de un burócrata: no se puede, va a estar muy difícil, vamos a enviar primero un equipo de avanzada. Equipo de avanzada. Parece como si enviaran un grupo de colonizadores, cuya misión es contarle al ministro o al presidente cómo los bárbaros provincianos protestaban.
Y si nunca llegan, estos alcaldes se obligan a ir a la capital. En ocasiones unos cuantos malos burócratas los tienen deambulando de oficina en oficina, mendigando por una cita, con un file de cartulina doblado bajo la axila. Y cuando por fin consiguen la cita, los tratan con la punta del zapato, como si vinieran a pedir una audiencia ante el rey. Siquiera esos alcaldes, aunque los acusen de ignorantes tal vez, han sido elegidos por su pueblo, tienen legitimidad popular. Pero, a veces, eso no es suficiente para que les donen cinco minutos de su muy valioso y productivo tiempo.
Pero si de algo no se habló en Chota, paradójicamente, fue de la agenda de trabajo con los gobiernos regionales. Ninguna propuesta de Keiko ni de Castillo se dirigió a reanimar la anémica relación que existe entre el gobierno nacional y los gobiernos regionales y locales. Al contrario, escuchamos un sermón, muy de burócrata limeño, que ofrecía aleccionar a los ineficientes gobiernos regionales repartiendo directamente el 40% de canon a los pobladores. Esa propuesta tan innovadora, que fue encarpetada años atrás, en lugar de fortalecer a los gobiernos regionales o locales para contribuir a mejorar sus capacidades supone declinar ante ese desafío. Porque el pecado capital más ominoso del proceso de descentralización ha sido transferir competencias y recursos, sin fortalecer sus capacidades, y de eso no escuchamos una sola palabra. Se trata de ganar la elección me dirán, hay que ser pragmáticos.
Keiko Fujimori, con esa propuesta, hace un giro clientelista cuando lo que debió procurar es el giro populista. Porque, como sabemos, el populismo supone una crítica dura a las élites políticas y económicas que se hace defendiendo los intereses populares, y eso no lo hemos escuchado saliendo de su boca. A Castillo le desborda el populismo hasta del sombrero cuando se apropia de la voluntad popular para criticar a las élites. Ojalá, en los próximos días, no solo hablemos de las regiones como lugares para los debates, sino como ejes programáticos que los candidatos deben enfrentar, porque “hasta allí” deberán gobernar.