Si hubiera que ganar de alguna manera, quisiera ganar como ganó Messi el sábado la Copa América: hincándose tras escuchar el pitazo final, deshaciéndose en un abrazo interminable con todos sus compañeros, que corrieron en tropel a expresarle su gratitud, mientras él no podía contener el llanto. Messi había perdido ya bastantes finales con Argentina como para entender que cada una de esas derrotas hacían más placentera y festiva esta victoria. La felicidad de hoy es parte del dolor de entonces, invirtiendo el orden de la frase del mítico C.S. Lewis.
Las causas de la victoria son a veces tan azarosas que el triunfador debe ser lo suficientemente humilde de llorar su victoria más que de celebrarla luciéndola sobre el vencido. Gran parte del éxito reside en la fortuna y en infinitas coincidencias necesarias. Nuestra izquierda política y Pedro Castillo deben celebrar su victoria, pero siendo conscientes de que su triunfo ha sido percutido por una gigantesca crisis sanitaria y económica que despertó después de una grave crisis política. Terreno fértil para que el populismo pudiera cosechar en solitario la victoria, monopolizando la causa de la defensa del pueblo ante una élite apática. Si la izquierda entiende esta victoria como una victoria programática que le da licencia para desplegar una revolución estructural, no solo no ha entendido lo circunstancial de este triunfo, sino que está preparando el ocaso de un gobierno que puede iniciar con pretensiones reformistas integrales y acabar anhelando la supervivencia en pocos meses.
Si hay que perder, escogería perder como perdió el domingo Marcus Rashford, el delantero inglés que falló uno de los penales en la final de la Eurocopa. Al día siguiente del evento publicó un mensaje en sus redes sociales asumiendo su culpa, recreando claramente cada emoción y pensamiento que pasó por su cabeza mientras se dirigía a patear, pero reivindicando el orgullo de sus raíces raciales y su ánimo de volver a competir. Los más jóvenes delanteros ingleses fueron los que asumieron la responsabilidad de patear los tres penales más trascendentales de su reciente historia y los fallaron. Y si bien hubo algunas reprochables iniciales reacciones que incitaron al racismo contra estos tres jóvenes futbolistas, la inmensa mayoría de ingleses se volcaron en un abrazo de solidaridad y orgullo ante sus tres leones. Gallardía y honor para saber perder.
La mejor manera de prepararse para una merecida victoria es aceptando una dura derrota como los ingleses el domingo. Incluso aquellas que son agónicas y por escaso margen. Sin embargo, lo que le está pasando a nuestro ‘establishment’ político no es que no solo no puede digerir la derrota electoral, sino que ni siquiera tiene la capacidad de preparar las condiciones sociales de una futura victoria. Repiten sin cesar y con mayor estridencia los mismos errores políticos del 2016, que prepararon la derrota del 2021. Porque la derrota de Keiko Fujimori en el 2021, bien podría haber quedado sentenciada durante los primeros meses del gobierno de PPK. No suscribirían ninguna reflexión hegeliana sobre cómo el espíritu histórico de un momento de debacle puede preparar las condiciones estructurales para un porvenir triunfante.
Las victorias y las derrotas en política siempre son efímeras en democracia. Si uno logra, con justicia, examinar nuestros últimos años de vida republicana, lo más que uno puede predecir es la fragilidad de nuestra estabilidad política. Cuatro presidentes en cinco años. Un Congreso disuelto. Vacancias y censuras. Lo único cierto parece ser el cambio. Dados los márgenes escasos por los que terminó definiéndose la campaña 2021, la situación presente no puede significarle a nuestra izquierda asumir una victoria incontestable, con derecho a plataformas innegociables de gobierno; ni mucho menos a nuestra derecha renegar de las instituciones sin ni siquiera conceder una derrota, pateando el tablero y deseando el fracaso del gobierno emergente.