Brasil ha estado en estos últimos meses convulsionado no solo por el Mundial de Fútbol sino también por los cuestionamientos de los usuarios al transporte público destinado exclusivamente a mujeres.
Tanto en Sao Paulo como en Río de Janeiro la controversia se ha avivado porque el acoso sexual, lejos de disminuir con los llamados “vagones rosa” del metro, sigue muy presente, y porque se hace cada vez más evidente que todavía hay muchos hombres en Río que no tienen el menor escrúpulo para vulnerar su uso exclusivo.
En marzo de este año, por ejemplo, tres arrestos sucesivos volvieron a inquietar a los paulistas por las agresiones que sufrieron algunas mujeres en sus viajes diarios.
Un hombre de 24 años eyaculó en las piernas de una viajera, confesando que no pudo “esperar a llegar a casa”.
Otro hombre de la misma edad fue capturado tras verificarse que estaba grabando con su celular el interior de las faldas. El tercero, de 26, fue llevado a la comisaría por asediar “indecentemente” a una pasajera.
Según “O’Globo”, solo hasta marzo de este año en Sao Paulo se dieron más de 29 casos de acoso en el tren subterráneo y en las líneas de buses. Lejos de amainar, los paulistas están preocupados porque hay también cerca de 30 grupos en las redes sociales de Internet que comentan sus agravios con malsano orgullo. Pese a todo, en Sao Paulo se resisten a segregar a los pasajeros porque la experiencia de trenes separados que tiene Río de Janeiro tampoco está respondiendo a las expectativas.
¿Qué pasa en la ciudad del Corcovado? Pues que desde la instauración de “vagones rosa”, en el 2006, muchos varones irrumpen en ellos durante las horas punta. El reporte diario dice que entran callando a las mujeres que reclaman, viéndose situaciones al límite, como cuando alguno de ellos sigue cómodamente sentado frente a una mujer embarazada, sin que nadie haga o diga algo.
En Lima, como en Río o Sao Paulo, las opiniones sobre el transporte segregado están dividas. La última encuesta de El Comercio hecha por Ipsos Perú es muy gráfica: 51% de limeños está de acuerdo; 43%, en desacuerdo.
Con la experiencia brasileña queda claro que esta propuesta es solo un paliativo populista e improvisado, en la medida que genera atención pero no soluciona el problema de fondo. Peor aun, dicen los brasileños, lo empeora, pues las mujeres que no gustan de usar estos vagones son percibidas como “abiertas al acoso”.
“Si no respetan a las mujeres, ¿cómo van a respetar la ley?”, dicen ellas.
El comunicado del observatorio Paremos el Acoso Callejero acierta al respecto: el espacio público, incluido el transporte, debe ser un lugar de aprendizaje cívico y de convivencia, y no uno discriminador en el que las mujeres aparecen como las víctimas eternas y los hombres como agresores naturales.
La calle y el transporte son también lugares para educar y aprender. Comunas, familias y escuelas tenemos un rol central y urgente frente a ello. Que no se nos pase ese tren.