Algunos reclaman el porqué de tomar medidas más radicales que otros países y pagar un precio muy alto para la economía nacional, la familiar (los más pobres, sobre todo) y la de las empresas.
Gracias a mis amigas científicas, logré acceder a un ránking que considero importante para entender nuestro desafío. El título se podría resumir como ‘Midiendo la performance del acceso y la calidad de la atención de la salud en 195 países’, y ha sido difundido por la Universidad de Washington, Seattle, en el 2018.
Previsiblemente, los países nórdicos encabezan el listado. Tenemos que llegar hasta el puesto 49 para encontrar al primer latinoamericano: Chile. El Perú aparece en el puesto 94 y algunos países de la región nos anteceden (Colombia en el 81, por ejemplo), pero varios otros están debajo (Brasil ocupa el puesto 96, por mencionar uno).
Las naciones que hoy están sufriendo más por el virus se ubican en posiciones estelares en calidad y acceso a salud: Italia (9), España (19), Francia (20) y Reino Unido (23). España, epítome de esta tragedia, ha perdido en solo un mes a casi 17.000 personas y tiene la tasa más alta de fallecidos del planeta con 352 por cada millón de habitantes.
Lo de Estados Unidos (29) es horrendo. Hace solo un mes, habían muerto 41 personas y, al publicarse esta columna, habrán pasado largamente los 20.000. La cifra es dantesca si tomamos en consideración que, como país, está lejos de haber llegado al pico de la curva. Esa es la magnitud de la tragedia de la nación con más recursos económicos y científicos del mundo.
Aun así, sigue operando el transporte preferido por el virus; a saber, los vuelos comerciales (recién ahora casi vacíos). Y el presidente se ufana de que, pese a lo pedido por las autoridades de salud, él no usará mascarilla; una, entre tantas declaraciones suyas, que no ayudan, sino que estorban la labor de los gobernadores. Tengo la impresión de que Estados Unidos está pagando un precio horrendamente caro por tener a alguien como Donald Trump en la presidencia.
¿Qué tienen en común Europa y Estados Unidos en este asunto? Que, por graves errores de sus líderes, no han podido aprovechar su gran potencial, en calidad y cobertura de salud, para proteger mejor a su población. En todos, en unos más que en otros, y siempre por (sin) razones políticas, se postergaron demasiado y se aplicaron laxamente las medidas que los expertos pedían.
Qué capacidad de respuesta tenemos a una explosión del virus de las magnitudes que ellos sufren. La nuestra es abismalmente menor a la de ellos. Tanto, que no tiene sentido siquiera pensar en lo que pasaría si llegásemos a esos precipicios.
Comparémonos más bien con Chile. Los casos empezaron más o menos al mismo tiempo. Nosotros hemos realizado algo más de 2.000 pruebas por millón de habitantes y ellos casi 4.000, lo que les permite tener mejores resultados: cinco fallecidos por millón de habitantes nosotros y ellos cuatro.
El problema es que nuestro techo es mucho más bajo. La clave son los respiradores mecánicos, que al final pueden salvar muchas vidas o condenar a muerte (si no hay suficientes). Raspando la olla, hemos logrado juntar 504 y con tecnología de nuestra Marina de Guerra y, menos divulgado, de la PUCP, podríamos, ojalá, llegar a 600 a fin de abril. Chile tiene 3.300 y dos tercios de nuestra población.
No es que el punto de quiebre del sistema sanitario chileno sea muy alto, pero el nuestro sucedería bastante antes.
Por eso, nuestra cuarentena no puede darse el lujo de fallar. Décadas de abandono y otras de esfuerzos insuficientes, nos han dejado en esta vulnerabilidad.
Quizás estemos frente al reto colectivo más grande de nuestras vidas. Además, uno cuyo resultado literalmente depende de todos. Si logramos dejar para mañana nuestras discrepancias y ambiciones, unas que hoy frente al desafío son insignificantes, y logramos salir razonablemente bien parados (¡y eso no está asegurado!), podríamos decir, quizás por primera vez con verdad, ¡nosotros, sí lo logramos!
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